Capítulo 50

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No había mucho que Temba y sus hombres pudieran hacer respecto a la visión de la niña, y eso lo hizo ponerse en humor de perros durante los días siguientes luego de que Nadine, Brian y Balaji reportaran a Signe lo sucedido. Si había algo que no podía amenazar físicamente con sus armas, por más rudimentarias que fueran, quería decir que estaban fuera de su control. Y Temba odiaba todo lo que no pudiese controlar o se comportara de forma diferente a como él esperaba. Cuando Signe ordenó el refuerzo de la barrera que escondía la tétrica caverna que les daba la sensación de pavor cada vez que se acercaban demasiado, Temba prácticamente le gruñó mostrando sus dientes.

—¿Me estás diciendo que vas a seguirle la corriente a esa cosa, aunque no conozcamos sus intenciones?

—Sea lo que sea, no nos hace ningún daño reforzar las barreras —contestó ella ignorando como el hombre hervía.

—¡A menos que esa sea nuestra única salida!

—No podemos acercarnos a más de unos metros de esa horrible entrada. Imposible que sea la solución a nuestros problemas.

—¡Lo que hace que nos caguemos cada vez que pasamos cerca de la entrada puede ser lo mismo que creó la visión de la niña! ¡Esto grita trampa por donde lo mires!

—¡¿Qué quieres que haga, Temba?! ¿Que me cruce de brazos ante una advertencia y me siente al lado de los acólitos de Rodolfo sin hacer nada? ¡Al menos estaríamos haciendo algo!

Temba lanzó un bufido mezcla de enojo y exasperación que pareció hacer temblar las paredes de las cavernas y se alejó de ellos pisando fuerte, su enorme cuerpo tenso de la rabia. Signe suspiró y se llevó una mano temblorosa al temple. A los ojos de Nadine, la mujer parecía frágil, bajo las sombras de las cavernas y por un momento, le dio lástima. Es verdad que la idea de ser la líder había sido suya, incluso había usado la popularidad de Nadine como ventaja antes de que departieran hacia NOVA, pero de todas maneras Signe parecía estar balanceándose de una cuerda floja y no había una red debajo para atajarla.

Los días pasaron y los preparativos para la noche comenzaron a tomar forma. El cerco se había terminado y, aunque parecía frágil, les daba a todos una sensación de seguridad. Las cuevas usadas como despensas estaban comenzando a crecer con frutos y carne seca que varias personas miraban con anhelo cada vez que pasaban cerca. Nadine se había acostumbrado a sentir la punzada de hambre permanente en el estómago y por las noches soñaba con hamburguesas, chocolate, y toda la comida espectacular que había dejado atrás en la Tierra. Se despertaba enojada consigo misma por todas aquellas veces que había hecho dieta y no había disfrutado de los placeres que ahora tanto extrañaba.

Más cuchillos, lanzas e incluso arcos y flechas comenzaron a aparecer atadas al cuerpo de los colonos. Ya no únicamente los soldados de Temba tenían armas, sino la mayoría de las personas. Esto tuvo como resultado varios enfrentamientos sangrientos, antes solucionados simplemente con puños y palabras, pero Signe decidió correr el riesgo haciendo largos discursos sobre la importancia de sobrevivir lo que esperaba allí afuera y no matarse a cuchillazos ellos mismos. Temba daba clases todos los días en la explanada frente a las cavernas sobre cómo usar las armas: desde por dónde y en qué dirección insertar un cuchillo a cómo hacer para tensar un arco. Todo bajo la mirada de Rodolfo y sus acólitos.

—¡Signe, estoy cansado de que estos personajes se sienten mirando el vacío mientras que todos nosotros hacemos el trabajo por ellos! —reclamó Austin un día, su voz aguda por la indignación y su rostro brillante por el sudor de construir enormes tanques para reservar agua.

—¿Qué quieres que haga? —respondió la mujer nuevamente, sin prácticamente levantar la mirada desde donde Brian dibujaba los planos en el piso bajo la mirada de Nadine.

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