[01] Eastburn College

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Winnie Cooper también sufría muchas pesadillas

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Winnie Cooper también sufría muchas pesadillas.

   Había terminado acostumbrándose a ellas y a lo que traían consigo: el sudor al despertarse, el frenético latido al que le palpitaba el corazón y las lágrimas que, en contra de su voluntad, resbalaban por sus mejillas. Cerraba los ojos deseando volver a dormirse y así poder descansar, pero su mente no le daba ni un respiro. Iba demasiado rápido; imaginaba demasiadas cosas.

   En noches de luna tan llena como aquella, solía optar por levantarse entre suspiros de fastidio. Parpadeó y se desperezó, soltando un largo bostezo. Puso los pies en el frío suelo y reprimió un escalofrío.

   El otoño comenzaba a abrirse camino en Irlanda. Las noches invitaban al abrigo de mantas suaves y chocolate caliente, y las camisetas de tirantes ya no se veían tan a menudo como los jerséis de punto.

   Hizo una mueca al notar cómo algo peludo le rozaba la pantorrilla.

   —Madre mía, Brújula, qué susto me has dado —masculló. Se agachó en la penumbra de la habitación y cogió al gato negro en brazos, encaminándose hacia la puerta—. Siento haberte despertado, cosita. Vamos, anda.

   Bajó las escaleras con cuidado de no despertar a ningún espíritu. Su prima Evanora solía decir que, pasadas las doce de la noche, aquellas almas vengativas que vagaban por el mundo cobraban fuerza para torturar a los que, como ella, eran más sensibles a lo sobrenatural.

   Apretó los labios cuando una tablilla del suelo crujió, aunque ningún espíritu apareció para hacerle daño.

   —¿Ves, prima? No era para tanto —susurró, conteniendo una risita—. ¿Verdad que no, Brújula?

   Dejó al gato en la mesa de la cocina y se dirigió al armario de las galletas. Los ojos se le iluminaron con un destello travieso al distinguir las que tenían pepitas de chocolate. Alargó la mano para coger el paquete.

   Al cerrar la puertecita, se encontró a su lado un rostro cansado y arrugado por la edad.

   Dejó caer las galletas.

   —¡Tía Agnes! No aparezcas tan de repente, por favor —suplicó. Todavía tratando de recuperar la respiración, se llevó una mano al pecho para asegurarse de que el corazón seguía en su sitio.

   —Las brujas somos sigilosas, jovencita. Comer no ayuda con el insomnio —la reprendió esta. Se colocó bien las gafas sobre la aguileña nariz y abrió el armario contiguo, donde había tallos, pétalos, hojas y semillas de casi todo tipo de plantas—. Lo que necesitas es una poción para dormir, aunque supongo que habrás olvidado cómo prepararla, ¿me equivoco?

   Winnie enrojeció hasta la punta de las orejas. Tosió para disimular su vergüenza y se mordió el labio inferior. Tía Agnes no le quitaba la mirada de encima. Buscaba una confesión.

Vivir a contraluzWhere stories live. Discover now