[10] Echar(se) de menos

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Ethan Reed fue el primero en levantarse

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Ethan Reed fue el primero en levantarse.

   En sus ojos grises se había encendido la alarma; el suspiro que avisa de una tormenta. Antes de que les diese la espalda a sus amigos para dirigirse hacia la mesa del tal Ícaro, Odette alcanzó a ver su mandíbula, tensa como el filo de un cuchillo. Tenía los puños apretados con tanta fuerza que sus nudillos eran casi blancos.

   —Ethan...

   Él no dio signos de haberla escuchado y se sentó con todo el descaro del mundo en la mesa de Ícaro. El hombre farfulló algo, sobresaltado, y se inclinó hacia atrás.

   —¡Vaya, vaya! ¿Te conozco?

   Tenía la voz algo cascada y una barba de dos días le sombreaba el mentón. El cabello prematuramente grisáceo y unas arrugas alrededor de los ojos que, si bien habrían podido ser de felicidad en otro tiempo, en aquel momento revelaban cansancio.

   —Usted es Ícaro, ¿verdad? —preguntó Ethan sin responder a su pregunta.

   Él entrecerró los ojos a medida que intentaba reconocer los rasgos del joven australiano. Sacudió la cabeza, dándose por vencido, y asintió.

   —¿Y tú eres?

   —Ethan Reed, señor. He venido aquí con mis amigos. —Ambos se dieron la vuelta hacia el pequeño grupito que los observaba con atención. Odette fue la única que se atrevió a alzar la mano para saludar, cohibida.

   Ícaro palideció de repente. Sus ojos se abrieron como si hubieran visto un fantasma.

   —Me tengo que ir.

   —Espere, señor...

   —Mira, chico, yo no busco problemas. Pásalo bien con tus amigos y no... —dudó, sin encontrar las palabras exactas—. No os metáis en problemas.

   Llamó la atención de una camarera para pedir los cambios de la cuenta ante la atónita mirada de Ethan, que no comprendía lo que sucedía a su alrededor. Seguía sin asimilar que aquel hombre pudiera ser el Ícaro que buscaban; pese a haber estado presente durante la invocación de Atlas, una parte de él seguía sin creerse que todo fuera real. Había tratado de pensar que estaba de viaje con sus amigos en Edimburgo, no buscando a alguien que pudiera saber el paradero de la lámpara maravillosa.

   Clavó la mirada en Ícaro y aguantó la respiración. No podía ser mucho más mayor que él, pero le pareció que estaba demasiado deteriorado para su edad. Lucía un aspecto algo descuidado y su voz grave, como la de un trueno, sonaba cansada y amarga.

   —Nos gustaría hablar con usted, señor —dijo al final, con cuidado.

   —Y a mí que me dejarais tranquilo —sentenció Ícaro. Le agradeció a la camarera el cambio y luego le dedicó una mirada que Ethan no supo descifrar—. ¿Qué quieres de mí, chico?

Vivir a contraluzWhere stories live. Discover now