[13] El adiós de un girasol + Epílogo

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Estaba helada

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Estaba helada.

Fue consciente de que alguien entraba en su habitación y cerraba la puerta a su espalda. No saludó, no levantó la cabeza, no puso empeño en hablar con quien fuera que quisiese hacerle compañía.

Llevaba una semana sin abrir la boca.

Odette sabía que no era la única que estaba sufriendo. Que Ethan y Louise se habían dado cuenta de que habían perdido a su madre para siempre y que pronto Aaron explotaría también; que sus amigos estaban tan perdidos y confusos como ella y también necesitaban a alguien que les dijera que todo iba a estar bien.

Sin embargo, Odette no podía ser esa persona para ellos. No cuando dentro de ella nada estaba bien.

—¿Cómo te encuentras? —musitó una voz a su lado. Sintió cómo la cama se hundió cuando alguien se sentó a sus pies.

Tiritaba y ni siquiera se había dado cuenta. La temperatura había subido durante la última semana, pero un frío terrible que se había instalado dentro de ella congelaba poco a poco sus emociones. Débilmente, asintió con la cabeza.

Distinguió la colonia de Ethan, así que supuso que se trataba de él. Un instante después, una suave manta la tapó por completo y un beso suave aterrizó en su frente. Sabía que estaba esperando que le dijese algo por más desolador que fuese, y lo cierto es que Odette habría dado lo que fuera por poder responderle cualquier cosa. Pese a ello, la chica que había vivido entre letras se había quedado sin nada que decir.

—Vacía —consiguió contestar al final. Era la misma respuesta que los últimos siete días.

Ethan suspiró y se estiró hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. Odette desvió la mirada hacia él. Se fijó en que sus ojeras eran más púrpura y parecía mucho más frágil, como si fuera a quebrarse en cualquier momento.

—¿Y tú qué tal?.

Ethan alzó la cabeza, sorprendido. Una sonrisa de alegría iluminó su rostro.

—Mejor ahora que te oigo hablar. Es la primera vez que dices más de dos palabras seguidas en una semana.

Ella se encogió y se ciñó más la manta. Tumbada como estaba en la cama, veía cómo la silueta del joven contrastaba con la luz del exterior como si tuviese una aureola divina a su alrededor. Recordó la lámpara deshaciéndose, las figuras brillantes que formaron sus cenizas, y a Lilo evaporándose entre sus dedos.

—Eh, no, no llores. —El joven tiró de su brazo y atrapando su mano entre las suyas—. ¿Qué es lo que ocurre?

Silencio.

Odette sintió su respiración acelerada, los miedos carcomiéndole por dentro, la tristeza haciendo estragos en su rostro.

—Por favor, Odette —suplicó Ethan con voz rota—. Tienes que hablar y decirnos cómo podemos ayudarte. No sabemos... No sabemos qué hacer. Y no podemos saber cómo te sientes si no nos lo dices tú misma.

Vivir a contraluzWhere stories live. Discover now