[09] Daphne Reed

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Era curioso cómo podías sentirte un intruso en un lugar al que llamaste hogar

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Era curioso cómo podías sentirte un intruso en un lugar al que llamaste hogar.

   Aaron Turner era un chico que, en ocasiones, podía pecar de descarado. Sonreía sin miedo y vivía a base de golpes y aciertos. Era seguro de sí mismo, no tenía vergüenza a la hora de hablar con desconocidos y siempre estaba fantaseando con una nueva aventura.

   Sin embargo, en casa de Nikolai se quedó sin palabras.

   Le resultó demasiado extraño pensar que su hermano vivía allí, solo. Que había formado en aquella ciudad una nueva vida, alejado de su familia. Que las personas que aparecían en las fotos ya no eran sus abuelos o los amigos de la infancia, sino gente a la que Aaron no conocía. Jóvenes con el pelo de colores y chaquetas de cuero, muy al estilo de los hermanos Turner.

   —¿Te gusta?

   Aaron se giró hacia Nikolai con una media sonrisa pintada en sus labios. De pequeños habían sido inseparables, cuando los secretos y los problemas aún no habían aterrizado en sus vidas. Se prometieron que siempre estarían ahí para el otro y que lo compartirían todo.

   Aaron se movía con precaución, como si le diese miedo romper lo que tocara. Como si temiese que Nikolai volviese a romperse sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.

   —Tu habitación es la que está al lado del baño —continuó su hermano, aclarándose la garganta al ver que no respondía—. La he recogido un poco antes. Es en la que dormía... Bueno, ya sabes.

   —Gracias —susurró Aaron. La voz se le resquebrajó al final.

   Pasó al lado de Nikolai sin atreverse a mirarle a los ojos.

   El cuarto estaba pintado de azul cielo y era luminoso, lo que consiguió levantarle el ánimo. Había un cuadro de Monet encima del cabecero de la cama y una pequeña mesita en la que descansaban una lámpara de estudio y un marco de fotos. Se acercó para ver quién aparecía, esperándose encontrar más universitarios rebeldes o recuerdos de una fiesta salvaje. En su lugar se encontró a sí mismo, desdentado y con el pelo revuelto, de pie junto a su hermano en la granja de sus abuelos.

   Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sacudió la cabeza justo a tiempo de ver cómo Nikolai sonreía, apoyado en el marco de la puerta.

   —Echamos una carrera ese día —le dijo con la voz teñida de nostalgia—. Te gané.

   —Claro que no —replicó Aaron, riendo. Se agachó y continuó hablando al tiempo que comenzaba a deshacer su maleta—. Siempre fuiste el más lento de los dos.

   —Era más atlético.

   —Tenías aptitudes, pero te faltaba disciplina.

    Siguieron así durante un rato, compartiendo anécdotas que solo ellos dos conocían. Cuando se pelearon por un caramelo, jugaron al escondite en su casita de Wexford y se empacharon de pastel de calabaza durante las fiestas navideñas. La primera vez que expulsaron a Aaron y cuando Nikolai comenzó a meterse en peleas. El primer cigarrillo. La primera llamada del hospital. El comienzo del odio y las mentiras, de aquel pozo sin fondo.

Vivir a contraluzWhere stories live. Discover now