[03] Frío metálico

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El frío le estrujaba las vértebras

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El frío le estrujaba las vértebras.

   Se veía a sí misma reflejada en la superficie oxidada; pelo rojo como el fuego, ojos vacíos, rostro delgado y ceniciento. Apenas se reconocía.

   Había habido una época en la que Lilo había sido hermosa, alegre y avispada, pero ahora no era más que un fantasma. Un gusano que se retorcía entre las sombras en busca del más mínimo resquicio de luz.   

   Hasta que lo encontró.

   Fue como si un torbellino la envolviera y aplastara, uno a uno, todos sus huesos de forma violenta. El mundo daba vueltas y Lilo tenía la sensación de que jamás había sido capaz de seguir su ritmo.

   Escapó.

   El universo dejó de ser de metal y se volvió una arboleda de intensos verdes y vívidos marrones. Miró a su alrededor, maravillada, como si lo viese todo por primera vez.

   Algo le impidió girar por completo sobre su propio eje.

   —¿Por qué estás encadenada?

   Una niña de rizos oscuros le miraba con curiosidad. Tenía una piruleta en la mano, aunque su boca se había quedado tan abierta que Lilo sintió el arrebato de quitarle el dulce. Parecía que habían pasado siglos desde la última vez que se había llevado algo al estómago.

   Alargó la mano, pero sintió un tirón en la muñeca. Dos grilletes metálicos unían sus manos a la boquilla de una lámpara que estaba tirada sobre la hierba.

   —Una bruja mala me ha hecho esto —le dijo a la niña en un susurro. Su voz era grave y artificial, rasposa porque no la había utilizado en mucho tiempo—. Dime, pequeña. ¿Te gustan las brujas?

   La chiquilla abrió mucho los ojos en un gesto asustado. Negó con la cabeza.

   —Y tampoco te gustarán las que son malas y hacen daño a las chicas guapas como tú, ¿verdad?

   —Las brujas me dan miedo —le confesó la niña. Tenía los ojos aguados.

   —A mí también —coincidió Lilo, fingiendo lástima—. Una bruja muy, muy mala me ha hecho esto.

   Estiró todo lo que pudo sus brazos para que viera los grilletes.

   —Me vas a ayudar a quitarlos, ¿verdad?

   La niña asintió. Lilo lo hizo a su vez, aunque los motivos de su alegría eran muy diferentes.

   —Para eso, solo tienes que desear mi libertad. Fácil, ¿no? —indicó con voz seductora.

   —Pero, ¿por qué estás encadenada? —repitió la niña. No parecía estar del todo convencida. Su madre le decía que no debía que hablar con extraños, que era peligroso.

Vivir a contraluzWhere stories live. Discover now