Capítulo 2

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Me lo pensaré

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Me lo pensaré.

¡Le he dicho que me lo pensaré!

Podría haberle gritado que no quería saber nada de él, que no volviera a acercarse y se limitara a subirme el sueldo. En cambio, he accedido a pensar en la idea de ayudarlo a encontrar a la persona que se está haciendo pasar por mí.

Todo el mundo en esta empresa debe pensar que soy idiota y con razón.

Cuando llego a mi puesto, Simon sigue ahí. Me extraña que me preste tanta atención de un día para otro, teniendo en cuenta que esta mañana ni siquiera se detenía a mirarme de reojo, pero no es algo de lo que piense quejarme. Cuanto más cerca lo tenga, más posibilidades habrá de que se fije en mí. Además, cualquier persona se preocuparía si ve a su empleada con cara de haber sufrido un trauma de dimensiones catastróficas y que justo después el mismísimo Marcus Hawkes la convoque a una reunión privada.

Simon me dedica una sonrisa cordial cuando aparezco.

—Elisabeth, ¿te importa venir a mi despacho un momento?

Asiento mientras Jordan me recorre de arriba a abajo con la mirada, como si quisiera asegurarse de que estoy entera y que no ha pasado nada grave en la reunión con Hawkes. Levanto un pulgar de forma bastante patética cuando paso a su lado en dirección al despacho de Simon.

He de admitir que Simon no suele invitarme a su despacho muy a menudo. Es más de enviar correos impersonales donde me adjunta los documentos sobre los que tengo que trabajar. Ni siquiera suele despedirse con «un saludo». Te dice lo que tienes que hacer y te olvidas de él. Punto.

Siempre que entro en su despacho, noto que hay algo distinto. Es como si no estuviera del todo contento con la decoración. A veces, cambia el orden de los objetos que tiene en su escritorio. El ordenador portátil suele estar a mi izquierda, pero hoy lo veo a la derecha. El estante en el que había tres libros está vacío y, en su lugar, hay una pequeña escultura de bronce. Ha puesto dos sillones bajo la ventana y una mesita de cristal sobre la que está el último número de una de esas revistas típicas para ejecutivos e inversores donde hablan de dinero, oportunidades de negocio y fardan de la cantidad de pasta que pueden embolsarse mientras los trabajadores de verdad, los que realmente levantamos el negocio, tenemos que hacer auténticos malabares para llegar a fin de mes. También veo que su cafetera personal sigue en el mismo sitio de siempre. Por fin algo que no cambia.

Y ahora hay una planta junto a su escritorio. Creo que es una monstera, que ahora está de moda. Me pregunto si él mismo escoge los cambios en la decoración o son parte de alguna estrategia empresarial para hacer sentir a sus empleados como en casa.

Simon me invita a tomar asiento en uno de los sillones.

—¿Quieres un café? —me pregunta. Su tono de voz ha dejado el modo Ejecutivo y ahora es más amigable, lo cual agradezco.

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