Capítulo 17

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Despierto en medio de la madrugada, aunque realmente no me he dormido del todo

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Despierto en medio de la madrugada, aunque realmente no me he dormido del todo. Apenas he cerrado los ojos por unos minutos, suficiente para descansar un poco. Siento el calor del cuerpo de Marcus junto al mío, su mano trazando círculos sobre mi estómago y me percato de mi absoluta desnudez, todo al mismo tiempo. Tras un largo suspiro, me doy cuenta de que estoy justo donde debería estar, que podría pasar una eternidad ahí, con él, y ni siquiera ser consciente del paso del tiempo.

—¿Podemos quedarnos a vivir aquí para siempre? —le pregunto. Mi voz es apenas un murmullo rasgando la oscuridad, como si tuviera miedo de romper el momento si hablo demasiado alto.

Siento la risa de Marcus en el hueco de mi cuello y su aliento me hace cosquillas, arrancándome un pequeño estremecimiento.

—No me lo digas dos veces.

—Podríamos vivir de la pesca.

—Oh, esta zona sufre escasez de pesca desde hace unos años.

—Pues sobreviviremos a base de cocos —sentencio.

—Eso sería genial... si hubiera palmeras.

Resoplo y me giro hacia él, molesta. Al ver su sonrisa burlona, le clavo un dedo en el pecho.

—¿Puedes seguirme el juego por una vez?

La luz de la luna llena entra a raudales por la ventana de la habitación y se refleja sobre la piel de Marcus. Tengo que contenerme para no pasar los dedos por sus brazos y recorrer cada centímetro de su piel una vez más porque, a fin de cuentas, tengo que parecer enfadada, no desesperada por lanzarme sobre él de nuevo y recorrer cada centímetro de su piel, de esos músculos que ya he besado más de una docena de veces a lo largo de esta noche.

—No.

Pongo los ojos en blanco y me enredo entre las sábanas mientras él se tumba boca arriba y me observa con una mano bajo la cabeza. Recojo mi pijama, que lo había dejado abandonado sobre la mesilla de noche, y me lo pongo. Al darse cuenta de lo que estoy haciendo, Marcus se sienta en la cama de golpe.

—¡Eh! ¿A dónde vas? ¿Te has enfadado por eso? Venga ya, ¡no ha sido para tanto! —se queja Marcus. El tono suplicante de su voz, como si me necesitara para respirar, me hace estremecer—. Anda, vuelve aquí y te lo compenso.

—Voy a por un vaso de agua y algo de comer —le digo, conteniendo la sonrisa que amenaza con delatarme—. ¿Quieres algo?

—Coge lo que sea y tráelo a la cama, habíamos acordado que no saldríamos de aquí hasta que nuestras necesidades fisiológicas nos obligaran a ello —protesta.

—Comer es una necesidad fisiológica, Marcusito —rebato—. Te prometo que no tardaré más de dos minutos.

Cierro la puerta a mi espalda y recorro descalza el pequeño bungalow. Apenas es una cabaña de madera con una cocina abierta que prácticamente se cuela dentro del salón —literalmente, si estiro la pierna desde la cocina, puedo tocar el respaldo del sofá con la punta del pie— y una habitación, pero me parece de lo más acogedor. Además, todo el espacio que le falta al salón lo tiene el porche, con su enorme hamaca colgante y sus sillas para tomar el sol, así que compensa el sacrificio. Una caja de zapatos a cambio de dormir en una hamaca me parece el mejor trueque posible.

CatfishWhere stories live. Discover now