Capítulo 10

3.7K 389 886
                                    

Las copas del bar del hotel son de otro nivel

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Las copas del bar del hotel son de otro nivel. Creo que, visto en perspectiva, tendríamos que haber empezado a beber aquí y no en el karaoke, donde nos sirvieron unas cervezas baratas que ni siquiera terminamos y que, además, tuve que pagar. Aquí son gratis. Eso es un punto a su favor.

—¿Tienes hambre? —me pregunta Marcus mientras se pone en pie tambaleándose, aunque solo un poco. No le he dejado abusar demasiado de la bebida porque no quiero volver a arrastrarlo hasta su cama.

—No mucha —admito—. Voy a subir a mi habitación para descansar un poco. ¿Nos vemos en una hora y cenamos aquí?

—Te acompaño. Así aprovecho para recuperar mi cartera, que a este paso te vas a arruinar por invitarme a todo.

—Es cierto, pagar por el almuerzo y un par de cervezas me ha dejado la cuenta bancaria tiritando. Este mes no como, claramente.

Él hace una mueca. Pulso el botón del ascensor, cuyas puertas se abren con un ding-dong que me recuerda a un timbre y abren paso a un hilo musical que me resulta familiar. Probablemente sea un clásico, pero no estoy muy puesta en música clásica, así que no soy capaz de distinguir a Mozart de Beethoven aunque me los pusieran delante.

—Eres la reina del sarcasmo, ¿lo sabías?

Me encojo de hombros, indiferente.

—Y del PowerPoint, pero casi nadie habla de eso, lo cual me parece fatal porque es uno de mis mayores talentos —enfatizo.

—Desde luego, no voy a negar lo evidente.

Las puertas del ascensor se abren. El pasillo está desierto, a excepción de un empleado del servicio de habitaciones que pasa frente a nosotros como una exhalación para detenerse al final del pasillo. Un hombre semidesnudo le abre la puerta y el camarero entra y sale tan rápido que me pregunto cómo ha conseguido dejar todos los platos en su sitio a tanta velocidad.

Suspiro y saco la tarjeta de mi habitación.

—Al menos alguien lo reconoce —respondo por fin—. Algo es algo. Este es un primer paso para que el mundo termine de aceptar el talento que tengo.

La puerta se abre con un pequeño pitido, pero la dejo entreabierta al ver cómo Marcus frunce el ceño, rebuscando en sus bolsillos.

—¡Ay! No me lo digas: La llave de la habitación estaba dentro de la cartera.

Él lanza un gruñido y se tambalea hacia atrás. Vale, quizá he subestimado su nivel de borrachera.

—Sí. Iré a recepción, a ver si con suerte pueden darme una copia.

Como no tengo nada mejor que hacer —además de hacer una siesta de hora y media que, vista en perspectiva, no me apetece mucho—, decido acompañarle.

Siempre he tenido la ferviente convicción de que, a veces, el universo conspira en mi contra. Y ahora, frente a un recepcionista sudoroso que nos ha pedido disculpas en dos idiomas diferentes porque, al parecer, la máquina que se encarga de asignar una tarjeta con una habitación —me niego a pensar en cómo funciona este cacharro, con la borrachera que llevo— ha sufrido un pequeño percance y, como ha sido Marcus quien ha perdido la llave, no pueden darle otra habitación con la dichosa tarjeta ya configurada a no ser que la pague.

CatfishWhere stories live. Discover now