Capítulo 9

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Hacía meses que no salía de Evenmont

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Hacía meses que no salía de Evenmont. Tantos, que incluso Jordan parece entusiasmada con la idea de que tenga un par de días de descanso. En realidad, es como ampliar mis vacaciones, que dan comienzo el lunes.

Nada más poner un pie en el aeropuerto, me doy cuenta de que lo han remodelado. Ahora tiene unos ventanales enormes a través de los cuales se filtra la luz del sol y, también, alguna gota de agua de la lluvia de anoche. Hay un cubo en medio del aeropuerto, señalizado con conos naranjas y rodeado de cinta amarilla que prueba que toda megaconstrucción que implique cristalería o demasiadas piezas siempre terminará con filtraciones.

Al menos, eso es lo que Jordan no se cansa de repetir. Es adicta a aportar datos aleatorios que no sé si son ciertos o no hasta que no hago una búsqueda rápida en Google.

Marcus está callado. Se aferra al asa de su maleta, pensativo, y revisa su móvil cada pocos minutos. Además, me he dado cuenta de que, cuando está nervioso, mueve la rodilla sin parar.

—Eh —le llamo. Él alza la cabeza y guarda el móvil en el bolsillo de su chaqueta—. No tienes la reunión hasta las doce y no estás solo. Respira y piensa en que ya has tenido esta reunión cuatro veces a lo largo de la última semana.

—Y has sido una mentora muy dura —masculla, aunque se le escapa media sonrisa.

A lo largo de la última semana he obligado a Marcus a venir a mi casa todas las noches para hacer la presentación. Le hice ponerse de pie en medio de mi salón para hablarme sobre los servicios que ofrece la empresa. Me he tenido que meter en la piel de uno de sus clientes y he buscado pegas en todo: el servicio, el precio, los tiempos e incluso en los éxitos de otros proyectos. Incluso Gato estuvo presente. Al principio, Marcus se frustraba, pero, cuando por fin comprendió que los clientes no van a ser benevolentes con él solo porque sea el hijo del dueño, terminó adaptándose y comprendiendo que solo estaba ayudándole.

—Recuerda: Mentalidad de tiburón y todas esas mierdas —le repito. Creo que he soltado este discurso una media de diez veces en la última semana.

—Los tiburones me encantan —murmura, mirándose las manos para ocultar la pequeña sonrisa que se le ha formado en los labios.

—Pues mejor.

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