Capítulo 15

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Es la tercera vez que estoy en un avión en la última semana y puedo jurar solemnemente que estoy absolutamente harta de estos autobuses con alas. La gente sobrevalora los aviones, definitivamente.

Prefiero enterrar el culo en un asiento de autobús durante cuatro horas antes de tener que pasar por otro control de aeropuerto, que me hagan abrir la maleta y la inspeccionen con la nariz arrugada, como si yo fuera una traficante que intenta colar, yo que sé, monos tití en la ciudad de al lado.

Y a eso debo sumarle los nervios que siento por ver a mis padres de nuevo. Estoy tan nerviosa que el personal de seguridad me hizo enseñar mi bolso, quitarme los zapatos y, solo por si acaso, me hicieron la prueba de drogas. Luego, cuando le expliqué a una chica que simplemente estaba nerviosa porque iba a ver a mis padres después de un año, me dedicó una sonrisa de comprensión y me dio una piruleta como si yo fuera una niña de cinco años a la que acaban de ponerle una inyección en el brazo y van a premiarla por no llorar demasiado fuerte.

Voy a ver a toda mi familia de nuevo.

No sé cómo van a reaccionar mis padres y, lo que es aún peor, no sé cómo voy a reaccionar yo cuando entre en casa.

La última vez que estuve en casa, yo no era más que una sombra. Me pasaba el día en la cama, llorando e incapaz de levantarme. Toda mi familia me miraba con lástima, porque sabían que Daniel me rompió en mil pedazos, recogió los más importantes y se los llevó consigo.

Así era como me sentía en aquella época: incompleta, una chica a la que le faltaban unas piezas que jamás iba a recuperar. Y lo prefería así. Prefería que se las quedara, que jugara a tirarlas contra la pared y las hiciera añicos antes que volver a aquel piso que compartíamos en el centro de Evenmont, donde los recuerdos se habían convertido en puñales afilados que esperaban a que les diera la espalda para hacerme daño una y otra vez.

Pasé dos meses allí, junto a mis padres, hasta que decidí que no podía seguir lamentándome de mí misma y regresé.

Podía haber elegido cualquier otra ciudad, pero no quería que Daniel me arrebatara eso también. Evenmont, en cierto modo, también me pertenecía a mí y me negaba a permitir que los malos recuerdos se adueñaran de todo lo bonito que me había aportado aquella diminuta ciudad.

Me centré en buscar trabajo y, por azares del destino, terminé en Hackaway Technologies, los archienemigos de Prior Technologies. Me pareció un buen revés del destino, un cambio de bando. Ahora tenía a toda una empresa que compartía mi odio hacia Prior Technologies y eso me ayudó a sanar de un modo que jamás imaginé. Estaba en el equipo rival, trabajando en conjunto para derrotar a nuestros enemigos.

Después llegó Jordan, el piso compartido, ese gato que no parecía un gato y las sesiones con la psicóloga y todo empezó a mejorar.

Pero volver a casa es como lanzarme al vacío sin saber si abajo habrá agua. Es enfrentarme a que, la última vez que estuve bajo aquel techo, estaba rota. Y tengo miedo de que, al ir allí, me mire al espejo y siga teniendo las mismas grietas, que se hayan convertido en una parte más de mí.

CatfishWhere stories live. Discover now