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El camino de regreso a casa es silencioso y... extraño.

No puedo decir que es incómodo, porque no lo es del todo. Es solo... raro. Peculiar. Ansioso y nervioso, incluso.

Luego de lo que pasó entre nosotros, Iskandar sugirió que nos pusiéramos manos a la obra, pero la verdad es que no tuve cabeza para concentrarme en lo absoluto.

Tampoco es como si me hubiese esforzado mucho en realizar cualquier cosa de las que me pidió que hiciera. Por mucho que insistieron él y el Oráculo en que pusiera algo de empeño, me rehusé a hacerlo.

Luego del descubrimiento tan aterrador que hice sobre las voces en mi cabeza, decidí que no debo exponerme de esa manera con Iskandar.

No sé por qué me siento de esta forma. No es como si el Guardián alguna vez hubiera dado señales de querer tenderme una trampa, pero mi instinto de supervivencia —ese que ha sido instruido durante toda mi vida para desconfiar de los de su clase— no me permite abrirme de esa manera con él. No todavía.

Así pues, decidí que iba a fingir que estaba intentándolo, pero sin intentarlo realmente. Decidí que, luego, cuando no esté nadie cerca, haré las pruebas que Iskandar deseaba que hiciéramos esta noche.

He puesto mucha atención a todos los pasos. Cada ejercicio de respiración y meditación se ha quedado grabado en mi memoria y, ahora que caminamos rumbo a la finca en la que vivo, no puedo esperar a estar a solas para probarlos.

Todavía no sé dónde carajos voy a hacerlo —porque mi tío enloquecería si los hiciera en casa—, pero trato de no preocuparme por ello ahora.


Estamos muy cerca de la finca y casi quiero salir corriendo para no tener que enfrentarme a Iskandar a la hora de la despedida.

Sé que tiene muchas preguntas —el silencio con el que hemos avanzado es solo una prueba de ello—, pero no estoy segura de querer responderlas.

No hablamos en lo absoluto el resto del camino. Ni siquiera cuando trepa —cual gato— en la azotea, y me ayuda a mí misma a trepar por los alféizares de la casa y el tejado hasta llegar a la ventana que da a mi habitación.

Una vez ahí, me ayuda a entrar a la alcoba pese a que puedo hacerlo por mí misma a la perfección.

—Gracias —musito, porque no sé qué otra cosa decir ahora que sé que ha llegado la hora de despedirnos.

De inmediato, su semblante serio se relaja ligeramente.

—No hay de qué, Mads —replica y guarda un segundo de silencio antes de añadir—: Escucha, si vas a intentar hacer algo de lo que hicimos allá afuera, sé muy cuidadosa.

El corazón me da un vuelco solo porque no puedo creer que haya sido capaz de adivinar mis intenciones.

—No haré nada —miento y él me regala una mirada reprobatoria.

—Por favor, no insultes a mi inteligencia —pide y me muerdo el interior de la mejilla—. Sé que no voy a poder impedir que lo intentes. Solo... Ten mucho cuidado, ¿vale?

Lo miro por un largo momento y él hace lo propio.

Finalmente, soy la primera en desviar la vista y cruzarme de brazos. En se momento, siento cómo un par de manos acunan mi rostro y me hacen alzar la cara para mirarlo.

Entonces, un beso largo y lento es depositado en mis labios.

Esta vez, el contacto me toma con la guardia tan baja, que me demoro unos segundos en corresponderlo.

Guardián ©Where stories live. Discover now