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No sé cuánto tiempo he pasado aquí encerrada, pero estoy convencida de que han sido más de veinticuatro horas.

La única persona que ha venido a verme luego de mi conversación con Sylvester Knight, es Takeshi Sato y, la segunda vez que estuvo aquí, solo lo hizo para dejarme un cobertor que, a simple vista, lucía delgado; sin embargo, me mantuvo caliente y abrigada toda la noche.

Esta vez, pese a que no quiero bajar mucho la guardia, me permití dormir un poco. No sé si hubiera podido resistirme de haberlo intentado. Estaba tan agotada, que no creo haber conseguido mantenerme despierta una noche entera más.

Las horas en este lugar han sido una tortura inmensa.

Cientos de cuestionamientos se arremolinan en mi cabeza y no puedo sacarlas de mi sistema. No dejo de preguntarme si Enzo habrá salido a salvo de la iglesia y si le habrá contado a mi tío lo que pasó conmigo. Me pregunto si a mi tío le habrá importado —aunque sea un poco— el hecho de saberme capturada por Guardianes, o si le habrá dado igual. Tampoco puedo dejar de preguntarme si habrá sido más importante para él el continuar con su plan de llevarle a ese demonio mayor el pellejo de Lydia.

¿Enzo lo habrá permitido?

Cierro los ojos porque la cabeza me duele demasiado.

También está la opción en la que no me gusta pensar. Ese escenario en el que visualizo a Sylvester Kinght entrando a este calabozo solo para informarme que ha capturado a todos y cada uno de los Black existentes en esta isla para exterminarlos.

Me froto la cara con mi mano sana.

La otra apenas puedo moverla. La tengo agarrotada y entumecida todo el tiempo. Tanto, que empiezo a preocuparme de que esté más mal de lo que pienso.

Aprieto la mandíbula.

Necesito salir de este lugar. Necesito saber qué está ocurriendo allá afuera o voy a enloquecer.

El sonido del metal siendo arrastrado me invade la audición y, acto seguido, la estancia se ilumina suavemente. Los pasos firmes que se acercan me forman un nudo en el estómago y me las arreglo para ponerme de pie lo más rápido que puedo.

Los oídos me zumban en el instante en el que la imagen del General Knight, liderando a una decena de Guardianes, aparece en mi campo de visión.

La seguridad con la que camina este hombre me pone los nervios de punta, pero me las arreglo para mantener la expresión serena y el mentón alzado.

Se detiene frente a la celda en la que me encuentro encerrada. A su derecha, justo un paso detrás de él, se encuentra Iskandar, manteniendo ese gesto inexpresivo y gélido de la última vez.

A la derecha de Iskandar, se encuentra Takeshi, y la expresión de él es más amable. Casi... sonriente.

No me atrevo a apostar, pero creo haber visto un atisbo de sonrisa en las comisuras de sus labios cuando nuestros ojos se encuentran durante una fracción de segundo.

Al resto de los Guardianes no los conozco. No los he visto jamás.

El silencio que se extiende en la estancia es tan tenso, que siento ganas de ponerme a gritar para romperlo.

—Mi hijo me ha dicho todo sobre ti. —Sylvester, sin ceremonia alguna, comienza a hablar y, sin que pueda evitarlo, clavo la vista en Iskandar, quien no deja de mirarme con ese gesto indiferente con el que me ha encarado desde que estoy encerrada aquí.

Guardo silencio, esperando a que el hombre frente a mí quiera decirme más.

—Sé que eres hija de Theresa Black, pero que tu padre es un humano común y corriente. —La traición me llena las entrañas a una velocidad tan atronadora, que necesito apretar el puño de mi mano sana y los dientes para no gritarle a Iskandar. Para no gritarme a mí misma por haber sido tan estúpida como para confiar en él.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora