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Me despierta el sol colándose a través de la ventana de la habitación, pero no es eso lo que me hace sobresaltarme. Es el peso en mi cintura y la respiración cálida erizándome la piel del cuello lo que lo hace.

Me muevo con rapidez, desperezándome del abrazo en el que estoy atrapada y la confusión me invade cuando veo a Iskandar, abriendo un ojo y mirándome como si hubiese perdido un tornillo.

De pronto, los recuerdos de lo que pasó entre nosotros al amanecer me invaden y siento cómo la cara se me calienta debido a la vergüenza y al pudor que me embarga.

Tampoco ayuda en lo absoluto el hecho de que estoy medio desnuda, con el cabello enmarañado y los labios adormecidos por la intensidad de nuestros besos nocturnos —o matinales.

—Me duele todo. —Iskandar masculla, al tiempo que se recuesta sobre su espalda y hace un gesto adolorido con los ojos cerrados.

No lo culpo. Nos hemos quedado dormidos en el suelo de la habitación y, si a mí me duele la espalda por la dureza de la superficie —pese a que está alfombrada—, no puedo imaginarme lo que debe de sentir él, estando tan magullado y tullido después de la batalla aterradora que tuvo anoche.

—¿Qué hora es? —inquiero, pese a que sé que él tampoco lo sabe y solo lo veo encogerse de hombros.

—Probablemente, muy tarde —dice, con la voz amodorrada y ronca por la falta de uso.

No puedo evitar pensar en lo diferente que es verlo de esta forma: en su estado más vulnerable y no como ese Guardián fuerte e invencible que suele parecer allá, afuera, en los corredores de la mansión Knight.

Aprovecho que no me mira de frente para contemplarlo unos instantes. Su perfil anguloso luce fuera de este mundo, pero su gesto relajado le da un aspecto suave a todas esas aristas que, en cualquier otra persona, lucirían hoscas y duras.

—No fui a entrenar con Anne —digo, medio avergonzada y él sonríe, aún sin abrir los ojos.

—Creo que, por hoy, nadie te regañará por haber faltado a un entrenamiento matutino —replica, antes de encararme.

El corazón me da un vuelco cuando lo hace solo porque me observa como si ahora conociera los más recónditos de mis secretos. Como si hubiese abierto la caja de Pandora y tuviese la certeza de qué es lo que hay dentro de ella.

—¿Tienes hambre? —pregunta, al tiempo que se incorpora ligeramente.

Tiene un pómulo tan inflamado, que el ojo se le cierra ligeramente por la parte de abajo y los raspones en su piel mortecina lucen más dolorosos de lo que lo hacían ayer, con la poca iluminación proyectada por las lámparas.

Asiento, porque el estómago me ruge en respuesta a su cuestionamiento y se incorpora en una posición sentada antes de ponerse de pie de un movimiento grácil.

El corazón me da un vuelco furioso cuando noto que se encuentra completamente desnudo y casi desvío la mirada antes de verlo desaparecer por la puerta del baño.

Segundos más tarde, sale vestido con el roído pantalón militar que traía puesto cuando llegó trepando por la ventana y, luego, rebusca en el suelo por su camisa de mangas largas.

Finalmente, toma la armadura que llevaba puesta y se la echa al hombro.

Llegados a ese punto, ya me encuentro vestida con algo un poco más decente. Sigo en bragas, pero me he puesto una sudadera encima que me llega hasta los muslos.

Iskandar se acerca a mí, me toma por la barbilla con suavidad y planta un beso casto en mis labios.

—Necesito una ducha rápida. ¿Me esperas aquí? Solo iré a mi habitación a...

Guardián ©Where stories live. Discover now