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No puedo moverme.

No puedo pensar con claridad.

Ni siquiera estoy segura de poder respirar como se debe.

Se siente como si tuviera los sentidos embotados; saturados por la fuerza de las emociones que experimento.

El instinto de supervivencia me grita que debo salir de este lugar cuanto antes. Que debo buscar a Enzo y abandonar la iglesia cuanto antes; sin embargo, me quedo petrificada unos instantes más.

El Oráculo no me hace más sencilla la tarea de ordenar las ideas, ya que no ha dejado de susurrar un centenar de cosas en mis oídos. Es tan escandaloso, que ni siquiera soy capaz de comprender una sola cosa de lo que dice, así que trato de lanzarlo lejos, en lo más profundo de mi cabeza, sin mucho éxito.

Cuando por fin soy capaz de conectar el cerebro con el cuerpo, decido que debo ponerme en marcha ahora mismo. Que, si mi tío llega a darse cuenta de que estoy aquí, voy a tener un problema muy grande y, lo más importante: me recuerda que debo llegar a Lydia lo más pronto posible. Debo contarle lo que acabo de presenciar para ponerla a salvo.

Deberías decírselo todo a Iskandar, para que los Guardianes la protejan. El pensamiento es descartado tan pronto como llega a mí.

No puedo hacer eso. Hablarle a Iskandar sobre lo que acaba de pasar, solo pondría el reflector —aún más— sobre nosotros. Sería confirmarle a los Guardianes que los Black, efectivamente, siguen al servicio del Supremo. Que, ni siquiera hace mucho tiempo, uno de nosotros pactó con el mismísimo Lucifer para traer a su heredero a la tierra y que casi lo consigue.

Mi madre casi lo consigue. El pensamiento me turba en demasía. Me hace cuestionarme tantas cosas, que no puedo procesarlas todas al mismo tiempo.

¿Qué clase de Druida era mi madre? ¿Qué clase de poder oculto tenía guardado que la hizo capaz de ser elegida por el mismísimo Supremo del Inframundo para traer a su hijo a la tierra? ¿De dónde viene el linaje de la familia Black, que fue la elegida, entre todas ellas que le sirven a las fuerzas oscuras, para llevar a cabo dicha tarea?...

Por eso huíamos. Pienso. Mi mamá se dio cuenta de que llevaba en su vientre al hijo del Supremo y quería ponerlo a salvo. Ocultarlo de sus hermanos.

A saber a qué clase de atrocidades habrían sido capaces de someterlo con tal de conseguir su objetivo.

Mi mamá no era una mala mujer. No la imagino estando de acuerdo con lo que sea que mis tíos planeaban hacer cuando, por fin, lograran engendrar al heredero del Inframundo; así que tiene mucho sentido para mí que haya hecho una maleta, esperado a que todo el mundo se fuera y huido con nosotros lo más lejos posible.

¿A dónde pensaba llevarnos? ¿Quién era esa mujer que fue a encontrarnos? ¿Ella sabía que mi madre llevaba consigo al hijo de Lucifer? ¿Era alguien en quien podíamos confiar?

Las preguntas se arremolinan en mi cabeza con tanta intensidad que, aunadas al escándalo que ha armado el Oráculo, me hacen doler la cabeza. Me hacen sentirme tan abrumada, que no puedo dejar de darle vueltas a lo mismo una y otra vez.

Debes irte. Me dice el subconsciente, en medio de todo lo que está pasando en mi interior, y sé que tiene razón; así que, sin esperar un segundo más, me pongo en marcha y empiezo a moverme.

Primero, con lentitud para no ser escuchada; pero, cuando estoy lo suficientemente lejos, me echo a correr en dirección al lugar por el cual entré.

El sonido de mi respiración acompaña el de mis pasos apresurados, y casi caigo de bruces cuando la oscuridad oculta un trozo de madera proveniente del marco de una puerta derrumbada y tropiezo con él.

Guardián ©Where stories live. Discover now