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El sonido de mi respiración agitada es lo único —además del rumor incesante en mi cabeza— que soy capaz de escuchar mientras corro con todas mis fuerzas. El ardor de mis piernas es cada vez más intenso y la desesperación que me embarga cuando los pies se me entierran en el lodo fangoso en el que se ha convertido el suelo del bosque debido a la tormenta, es cada vez más atronadora.

Trato de correr más rápido, pero se siente como si cada vez avanzara con más y más lentitud. El faro parece contemplarme en la lejanía, como si se burlara de mí. Como si estuviese seguro de que no llegaré a él a tiempo y me muerdo el interior de la mejilla para no gritar.

Algo se me atraviesa en el camino y tropiezo; apoyando las rodillas y las manos sobre el suelo humedecido. Un grito se construye en mi garganta cuando me doy cuenta de que, lo que me hizo perder el equilibrio, ha sido el brazo de alguien. De un Guardián.

Siento la bilis subiendo por mi garganta, pero me la trago mientras que me incorporo, lanzando lejos la sensación de turbación y shock que me provoca, antes de echarme a andar una vez más.

No he dejado de correr, sorteando demonios y guardianes por igual. No he dejado de esquivar a toda criatura viviente que se me pone enfrente con la firme intención de llegar a mi destino.

Un demonio gigantesco se me atraviesa en el camino y, justo cuando estoy a punto de exigirle que se marche, la energía a mi alrededor se flexiona un segundo antes de que Iskandar, blandiendo su espada, se interponga entre nosotros para luchar contra él.

Mi primer impulso, es el de intentar ayudar al chico que combate con brutalidad contra la criatura aterradora; sin embargo, aprieto la mandíbula y me digo a mí misma que él estará bien. Que para eso está acompañando mis pasos y que tengo que llegar a mi destino.

No te preocupes. Susurran las voces de mi cabeza, al unísono. Él no necesita de nosotras.

No sé porqué, pero escucharles decir aquello, me llena el pecho de un alivio extraño; así que me aferro a él y me echo a correr una vez más.

El rugido del océano me hace saber lo cerca que estoy del acantilado. La estructura de concreto, que se alza cual fantasma en medio de la nada, hace que el corazón me dé un vuelco furioso cuando me detengo delante de ella.

Estoy aquí. He llegado a mi destino y los oídos me zumban. El corazón se me va a salir por la boca y las manos me tiemblan de manera incontrolable.

Me tomo un segundo para contemplar la edificación en ruinas. Las palabras de Bess retumban en lo más profundo de mi cabeza y el Oráculo pareciera que ha empezado a tararear una melodía extraña a mis oídos pero que, de alguna manera, me provoca algo de paz. De resolución.

Avanzo una vez más.

Esta vez, mis pasos son lentos. Deliberados.

El oleaje del mar es tan alto y antinatural, que sobrepasa el límite del acantilado y me moja por completo cuando me acerco a él.

El sabor a sal me llena la boca cuando otra ola gigantesca estalla contra la piedra rígida del lugar, y un relámpago lo ilumina todo, antes de que el rugido que estalla después me ponga los vellos de punta.

Allá, en el océano, soy capaz de ver cómo las olas se lanzan hasta alcanzar alturas imposibles para este lugar y, más que eso, soy capaz de sentir cómo algo ha comenzado a cambiar en el ambiente. Como algo ha empezado a revolver la energía que nos rodea.

Las voces en mi cabeza sisean, como si se sintiesen amenazadas y, justo en ese momento, otro rayo ilumina el cielo.

La energía de todo el lugar se revuelve. La oscuridad empieza a abrirse paso a través de cada poro de mi piel y, poco a poco, empiezo a sentirlo...

Guardián ©Where stories live. Discover now