Extra #03

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Contexto: Marcus va a ver a Lizzie cuando ella está en Nueva York.


No quería estar ahí de ningún modo.

No me gustaba comprender que estaba haciendo las cosas mal, que estaba rompiendo mis propias reglas, pero tampoco podía seguir negando lo que sucedía. Ese día, estaba rompiendo todas las reglas que me había impuesto con Lizzie. Había ido a Nueva York a verla a pesar de prometer que nunca iba a hacerlo. Tomé un avión, sin pensarlo, sin comprender que estaba haciendo hasta que finalmente me encontré frente a la librería que sabía que iba a estar la chica que había cambiado mi vida de un modo realmente extraño.

Llevaba tres meses sin ella, con la promesa en los labios todavía demasiado amarga y sintiendo que me estaba engañando a mi mismo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Había sido realmente la mejor opción? ¿Perderla era lo correcto?

Mi mente pensaba todas las noches y me encontraba sintiéndome el ser humano más desdichado del mundo. ¿Lo era? No lo sabía. Me dolía el pecho cada vez que alguien la nombraba, me sentía vacío cada vez que pasaba por su escritorio y todo lo que habíamos construido empezaba a caerse.

Las promesas a veces funcionaban así. A veces no podías creerlas por mucho tiempo. Habíamos creado un castillo lleno de ilusiones basándonos en nuestros sueños e ideales, pero lentamente comenzaba a comprender que no tenía sentido. ¿Quería realmente ser parte de la editorial si no tenía a Lizzie? ¿Quería ser ese empresario que solo vivía por el trabajo y luego llegaba a un departamento frío?

Quería calor, quería vida, quería todo lo que Lizzie me había prometido con su sonrisa, su forma torpe de ser y todo lo que eso significaba.

Era egoísta, lo sabía, pero nunca había querido a alguien en mi vida como a esa mujer. Había tratado de conocer a otras, porque no habíamos prometido exclusividad de ningún modo. Pero no podía. Cada vez que veía a alguien comenzaba a pensar lo poco que se parecía a mi Lizzie. La quería, quería a esa chica y no tenerla me volvía loco.

El libro de Lizzie había estallado por completo, era la novela del momento. Todos hablaban de eso en donde sea que estuvieran. No había una persona que no me contara sobre lo bien que le estaba yendo y yo me alegraba por ella. Me encantaba saber que estaba logrando todo lo que se había propuesto. Leía las notas sobre el éxito de la autora, no me cansaba de escuchar a personas comentando sobre las novelas y las reseñas me sacaban una sonrisa, orgulloso.


Cuando llegué a la librería me encontré con algo que no esperaba. Lizzie en todos lados. Lizzie en gigantografías, Lizzie sonriendo en fotografías, Lizzie con su libro, pegada a una pared. Era la chica que había logrado hablar de algo que nadie hablaba. La chica del momento, la autora plus size que había hablado con su corazón de temas que a algunas personas no les gustaban. La voz para esas chicas que querían escuchar y el abrazo al alma para todas esas personas que lo necesitaban.

Me preguntaba qué sentía, cómo era ser esa chica. Siempre me había gustado ser una persona que le moviera multitudes, siempre había querido ser capaz de todo. Pero Lizzie lo hacía de un modo diferente al mío. Ella llegaba a los corazones con sus experiencias, yo trataba de hacerlo con la lógica y la razón.

Yo era eso. Yo era la cabeza pensante, Lizzie era el corazón. Yo no funcionaba bien cuando dejaba que mis emociones ganaran y ella no funcionaba bien nunca. No voy a negarlo. Era un desastre interesante y divertido que me encantaba ver.

Esperé a que se hiciera la hora de su firma de libros mirando libros, tomando un café y mirando a jóvenes hacer fila para sacarse fotografía con su autora favorita. Veía sus rostros ilusionados, hablando del chico del libro que tranquilamente podía ser yo. Me hubiera gustado ponerme de pie y decirles "yo soy ese chico del que Elizabeth habla", pero sabía que no lo era por completo. Sin embargo, me gustaba creer que así había sido.

Llegó un momento en donde la gente comenzó a impacientarse y, finalmente, Lizzie apareció. Estaba lo suficientemente lejos para que no me viera y se notaba que estaba abrumada por la cantidad de gente que había ido a verla. La librería era pequeña, pero se había llenado bastante de jóvenes que parecían estar ansiosos por conocer a quien había decidido guiarlas por un buen camino. Estaba preciosa, con ese brillo especial que solo ella tenía. El cabello lleno de bucles, brillante y precioso le caía sobre los hombros y miraba a todos con aquellos ojos claros que me habían cautivado.

Nunca la había visto tan feliz.

Ahí fue cuando me di cuenta de que no podía hacer eso. No podía simplemente interrumpir su vida. No podía acercarme a ella y pedirle que lo dejara todo por mí, porque yo tampoco estaba preparado para dejarlo todo por ella. No quería dejar mi ciudad, no quería dejar la editorial. No quería dejar mi vida para mudarme a Nueva York.

Nuestro problema estaba ahí. No había cambiado. No era nuestro momento.

Pero estaba contento de haberla visto. Estaba feliz, alegre de escucharla hablar con el micrófono en mano y siendo lo que ella amaba. No podía quitarle el sueño, no podía ser egoísta por amor. Tenía que dejar que viviera su sueño antes que cualquier cosa, tenía que amarla tanto que era capaz de dejarla. Sabía que nuestro momento iba a llegar, sabía que nos íbamos a volver a encontrar. Era nuestra promesa y estaba seguro de que sería más pronto de lo que imaginaba.

Dejé la librería sin sentirme tan mal como me sentía todas las noches y mi alma se calmó de esa necesidad de ella. No estaba mal, no estaba triste, sabía que en Nueva York Lizzie estaba siendo feliz. Y eso era todo lo que yo necesitaba en ese momento.

La lista del jefe [Editorial Scott #1]Where stories live. Discover now