1. Cómo enviarle un contrato de s3xo a tu jefe y no morir en el intento

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Voy a contarte una historia y tienes que prometerme que no vas a reírte de mí en ningún momento

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Voy a contarte una historia y tienes que prometerme que no vas a reírte de mí en ningún momento. Tiene que ser una promesa y que los dos estemos de acuerdo. ¿Lo juras?

Bien, ahora dicho eso creo que puedo empezar a contarte cómo sucedió todo esto.

Faltaban exactamente 31 días para mi cumpleaños número 25 y nada me motivaba en ese momento. Estaba abrumada por una vida que siempre había querido tener, pero aun así no me llenaba de ningún modo. Tenía el trabajo soñado, corregía libros en una editorial enorme a la que todos deseaban entrar. Había aprendido a aceptar mi cuerpo, después de años de llamarme gorda al espejo o ni siquiera mirarlo. Tenía el gato soñado, vivía sola y mis amigas eran la luz de mi vida. Y aun así, había algo que me faltaba.

Todos los días me despertaba con la misma idea en la cabeza. Abría los ojos, miraba a mi gato quejarse de lo temprano que era y directamente pensaba: soy virgen un día más de mi vida. Sí, esos eran todos mis días.

¿Cómo explicarle al mundo que una chica de 25 años era virgen? Bueno, no tengo muchas excusas. Tal vez tendría que culpar a mi primer novio, que me prometió ver el cielo y las estrellas después de 9 meses de relación (casi un embarazo). Pero, escuchen lo peor, cuando se presentó el momento pasó lo peor. Yo estaba ahí, recostada en la cama de mi novio adolescente, ambos con 17 años (salvo que él con una gran experiencia, según sus palabras escritas en mensajes de textos) y yo vestía mi perfecta ropa interior blanca angelical y virginal esperando a ser rota, mordida y quemada, cuando pasó lo peor. Nada, eso pasó. Su bello y peludo amigo no quiso saludarme, directamente decidió dormir la siesta eternamente.

Al día siguiente terminamos.

Él me dio una excusa, no recuerdo cual, pero a mi tampoco me gustaba mucho después de 9 meses de frotarnos. Así que le dije, adiosito. Luego de tres años de soñar con Edward Cullen me di cuenta de mi error. Tenía 20 años y seguia virgen.

A mi alrededor mis compañeras se reían de anécdotas sexuales y de todo tipo de cosas. Pero yo, ahí nadie había pasado a regar las plantas. Seco estaba todo.

Y así pasaron y pasaron los años. Hubo algunos que otros amoríos, no voy a negarlo, pero nada más que frota-frota contra mi cuerpo y nada especial. Algunas veces comencé a creer que la culpable era yo, que estaba algo mal en mi y que no entendía porque los hombres no me generaban mucho, salvo una que otra fantasía. Es decir, viva la cosa estaba, porque yo no perdía el tiempo leyendo fan fictions de Harry Styles o mirando a mis sims hacer el delicioso. Sin embargo, conocer a un hombre me generaba vagancia y con el tiempo fue postergando el tema hasta que de repente, el tema me golpeó a mi.

Lo cierto es que no buscaba, iba vestida por la vida así nomás, no me arreglaba nunca y a veces comía lo primero que veía (muchas veces vencido) sin saber realmente que iba a ser de mi. Tenía todo lo que necesitaba, pero con la fecha cayó en mi como un golpe y de la nada creí que podía tenerlo todo. El sexo tenía que ser mi nuevo hobbie.

La lista del jefe [Editorial Scott #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora