CAPÍTULO 5

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Al principio no había nada más que una profunda oscuridad y un imperturbable silencio. No había una luz alumbrando mi camino dentro de un largo túnel, ni mis padres esperando por mí para ir a nuestro paraíso.

Solo estaba yo.

Respiré profundo, fue un acto innato porque no creo que necesitara hacerlo ya. La idea era que el miedo no me atrapara, tenía que estar en calma para lo que estaba por venir.

Pero esperé y esperé hasta que creí que la pesada soledad y silencio me volvería loca. De seguro, este era el premio que me fue otorgado por alterar el orden natural.

Todo terminó. Pero ¿qué seguía ahora? ¿Aburrirme por toda la eternidad?

Sin embargo, empezó a clarear cuando me estaba resignando a vivir en mi castigo. Lo que siempre creí que era la nada, en realidad era un valle enorme, de un verde lleno de vida. No muy lejos había un bosque de árboles de cerezos en flor, alcancé a ver que ahí sobresalían dos arcos de piedra blanca. Estaban en ruinas, como si hubieran pertenecido a una majestuosa construcción que fue destruida por el tiempo. Los árboles daban la apariencia de resguardar a esos arcos.

El lugar era muy hermoso y pacífico.

Los árboles se movían ligeramente con el viento, algunos de sus rosados pétalos caían a la grama como livianos copos de nieve. Iba a acercarme, cuando la esperada luz blanca alumbró ese lugar. Era tan brillante que me lastimaba los ojos, pero había algo que me obligaba a ir a ella. Por un momento, me sentí como esos insectos que son atraídos a esa luz azul fluorescente que los aguarda para darles la muerte.

«¿Muerte? ¿Podría ser esto la antesala de ella?»

Tuve miedo conforme avanzaba. No sabía qué habría dentro de ella.

Me detuve a un paso de ella. ¿Era posible que estuviese murmurando que solo ella podría darme bienestar?

Di un paso sin pensarlo más.

Ojalá jamás me hubiere sentido atraído por ella, porque, cuando me cubrió, fue como si me hubiera metido dentro de las brasas de una hoguera. Me quemaba sin hacer daño a mi piel.

Era el peor dolor que hubiere sentido en toda mi vida.

Grité horrible y clamé por ayuda. Ya fuera que me sacaran de ahí o me acuchillaran el corazón para terminar con mi agonía de una vez.

Por suerte, alguien me escuchó y me sujetó de la mano para sacarme de esa cruel luz.

Casi al instante, sentí una brisa fría rosando mi rostro, la cual fue una bendición para mi piel adolorida. Desperté con agresividad, pero al instante me dolieron los ojos por el cambio de luces; poco a poco vi un cielo dentro de un atardecer. Pude distinguir todas las tonalidades de rojo que se degradaba hasta el azul nocturno. Era brillante e infinitamente hermoso, y me embelesaba tanto como si fuera el primer atardecer que veía.

Pero mi experiencia no terminó ahí. Siguió un ardor en mis pulmones tras respirar un efluvio de extraños olores. Una palpitación martirizó mis oídos por los chillantes sonidos que llegaban de todos lados; tanto así que tuve que taparme las orejas para aliviar esa irritante sensación, lo que me permitió oír el fuerte latido de mi corazón, la sangre galopando por mis venas y el silbido del aire entrando y saliendo de mis pulmones.

Cada sensación se sentía y escuchaba muy nueva, como la que seguramente un recién nacido experimenta tras su traumático nacimiento, y, de una forma muy extraña, me aseguraba que estaba extremadamente viva.

Mis recuerdos fueron los siguientes en aparecer. Podía recordar absolutamente todo. Incluso la primera sonrisa de mis padres al tenerme en sus brazos por primera vez y, tristemente, la última antes de chocar.

El Recolector: Fuera de la vidaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt