CAPÍTULO 7

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El taxi se detuvo frente al edificio en donde vivía Eliot, pagó y le deseó un buen día al conductor con tal formalidad que este creyó que se estaba burlando de él.

—Aún me pongo a pensar cuándo el mundo se volvió tan descortés —me comentó en lo que abría la puerta.

Subimos hasta el segundo piso en silencio.

—Ponte cómoda. Aún hay muchas cosas de que hablar —me sugirió cuando entramos. Arrojó las llaves en el bol que estaba en una mesa cerca de la puerta.

Fui a la sala a sentarme muy quieta. A diferencia de hace unas horas, me sentía como una visita que no quería tocar nada para no ser maleducada. Eliot regresó con dos tazas, por el olor que percibí, claramente era café de grano... Muy aromático. Me dio una de las tazas y, de inmediato, le di sorbos rápidos. El aroma y sabor recorriendo mi garganta se sintió muy reconfortante.

Eliot fue a sentarse en el sofá de enfrente. Su mirada estuvo en mí todo el tiempo.

—¿Cómo me descubriste? —me preguntó curioso.

—¿Acaso eso importa ahora?

—¡Por supuesto! Esperaba que tardaras en hacerlo, pero... Tal vez estoy siendo descuidado en algo.

Le relaté todo, hasta el sueño que me dio una pista. Como era lógico, Eliot rio a no más poder ante la imagen que le describí como un atractivo Ángel.

—¡Ja!... Alas... Al menos no me imaginaste con capa y guadaña.

Sonreí sin querer y él volvió a fijar su mirada en mí. Supongo que esperaba que mis preguntas siguieran fluyendo, pero, en ese momento, no quería seguir complicando a la razón con una situación que no entendía. De seguro lo haría con el tiempo, y esperaba que para entonces él me diera todas esas respuestas sin rodeos.

Pero de algo más teníamos que conversar en este momento.

—Tengo que darte un nuevo nombre —dijo con voz imperturbable.

—¿Qué tiene de malo el mío?

—¡Nada! Es muy bonito —respondió riendo después—. Solo que ahora le pertenece a una joven ya muerta —agregó sarcástico.

—¿Es necesario?

—Sí.

No me agradó mucho esa sugerencia, porque daría por terminado todo mi pasado y mi unión con los Elton.

—¿Qué te parece... Audrey? ¿Audrey Bennet?

Reí sin querer tras escuchar ese apellido.

—Bingley... Bennet. Cualquiera diría que eres fan de Austen, o un romántico empedernido —comenté con picardía.

Eliot sonrió sonrojado. Me gustó más, pues no ocultó su lado tierno.

—No lo uno, tal vez lo otro. En todo caso, ella fue mi admiradora.

—¿Conociste a Austen? —pregunté asombrada.

—Sí, cuando ella tenía 14 años. Era una jovencita muy rebelde. Imagina mi sorpresa cuando leí su obra años después y me encontré con el amable y tímido señor Bingley... Hasta la fecha las mujeres se derriten cuando les digo mi apellido.

»Creo que ahora le regresaré la travesura a Jane y te nombraré Bennet... El nombre puedes escogerlo tú.

—Me agrada Audrey —dije con una sonrisa indecisa.

Él me había creado, lo lógico era que él me diera un nombre. Aunque, me iba a costar trabajo acostumbrarme a este.

El silencio volvió a caer entre nosotros. Volteaba de vez en cuando para admirar algún mueble o decoración para evitar la mirada analítica de Eliot. También estaba pensando si en verdad ese era su nombre. No sabía si iba a ser descortés preguntarle si lo era.

El Recolector: Fuera de la vidaWhere stories live. Discover now