27. CATA

176 19 114
                                    

AVISO DE CONTENIDO: EN ESTE CAPÍTULO SE HABLA DE UNA AGRESIÓN SEXUAL

¡Este es Montesco! —exclama Mencía, a mi lado, sosteniendo un enorme palo de madera afilado que utilizamos a modo de espada—. El atrevido desterrado, el asesino de Teobaldo. Cesa, infame Montesco; ¿no basta la muerte para detener tu venganza y tus furores?

Alguien encuentra graciosa la manera de hablar de mi amiga, porque escucho una risa entre nuestro público mientras yo aprieto con más fuerza mi palo, esperando a que llegue mi momento de entrar en escena.

Esta última semana hacer ensayos de la obra ha sido prácticamente imposible. Y ha sido tanto culpa de Jimena como mía. Pero ayer ella me mandó un mensaje y hoy ha aparecido con ese corte de pelo tan radical, que se ha convertido en el único tema de conversación en el instituto. Al llegar a clase la profesora nos ha dicho que ensayaríamos la escena final así que, no sé, me he dejado llevar y de pronto tengo una falsa catana en la mano y estoy a punto de entrar en escena.

¿Por qué no te rindes, malvado proscrito? Sígueme, que has de morir —continúa hablando Mencía, con las mejillas incendiadas por el esfuerzo y el sudor perlando su frente.

Esa última frase es mi señal.

Aterrizo frente a Mencía de un salto.

Conde Paris, a morir vengo. Huye de mí: déjame. Te quiero más de lo que tú puedes quererte. He venido a luchar conmigo mismo. Huye, si quieres salvar la vida.

Mencía estalla en carcajadas y hace un movimiento la mar de curioso con el palo de madera alrededor de su cabeza.

¡Vil desterrado! —exclama, moviendo el palo y colocándolo justo delante de mí—. ¡En vano son tus súplicas!

¿Te empeñas en provocarme? Pues muere...

Apenas hemos ensayado la coreografía de la escena de la pelea final, así que el resultado es cuanto menos gracioso. Mi amiga y yo nos limitamos a dar vueltas en círculos sobre nosotras mismas, a juntar las puntas de nuestras falsas espadas, a golpear y a gritar de vez en cuando.

Entonces Balma, interpretando al paje, entra en escena con la frase más graciosa de toda la obra:

¡Ay, Dios! Pelean: voy a pedir socorro.

Pero ella no pide socorro. Tanto Balma como Mencía caen al suelo y yo me alzo como única vencedora, falsa espada en mano, alzándose sobre mi cabeza como un trofeo y aceptando los aplausos de mis compañeras.

La escena en la obra original es un poco más larga, pero aquí nos la saltamos y la juntamos con la siguiente, cuando yo, Romeo, encuentro a Julieta tumbada en el suelo y rodeada de flores de papel simulando una tumba.

Jimena lleva todo este tiempo esperando a que acabemos de pelearnos y está tumbada a nuestro lado, con las flores alrededor de su cabeza, los brazos en cruz sobre su pecho y los ojos cerrados. Me arrodillo sobre ella ante la mirada expectante de toda la clase.

¡Habla, vive!—me aferro a sus brazos colocados sobre su pecho—. Sí, ¡aún podemos ser felices! Mi buena, propicia estrella, me indemniza el presente de todos los pasados sufrimientos. Levántate, levántate, Julieta mía —tiro de su cuerpo con fuerza, hasta levantarla y constreñirla contra mí —. Levántate de este antro de la muerte, de esta mansión de horror, te transporte sin demora a los brazos de tu Romeo.

¡Dios mío! —Jimena abre los ojos—. ¡Qué frío hace! ¿Quién está ahí?

Tu esposo, tu Romeo, Julieta; vuelto de la desesperación a una inefable alegría. Deja, deja este lugar y huyamos juntos.

Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Where stories live. Discover now