29. CATA

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AVISO DE CONTENIDO: en este capítulo se habla de una agresión sexual

Antes de ver a León ya puedo sentirlo.

Desde que estamos juntos he adquirido superpoderes: lo huelo en el aire mucho antes de que cruce la esquina, siento su tacto en mi piel antes de que él me acaricie, soy capaz de adivinar su mano colocándome el mechón de pelo rebelde detrás de la oreja y preveo cada una de sus palabras o el tono en el que las dirá antes de que frunza el ceño y abra la boca.

Lo siento a mi lado antes de que él aparezca y su presencia sigue conmigo mucho después de que se vaya.

Hemos quedado en la boca del metro justo delante del centro comercial, porque León quiere aprovechar y comprarse unas zapatillas nuevas.

Mientras le espero, intento hacerme a la idea de lo que está a punto de pasar, pero siento que es inútil. No soy capaz de imaginarlo, ni lo que diré yo ni lo que dirá él.

León aparece entonces. Lleva el pelo suelto, cayendo a los dos lados de la cara hasta casi los hombros, con ese rubio tan oscuro. Lleva una camiseta roja y una cazadora vaquera. Sonríe. Sonríe solo para mí. Y yo sonrío antes de que él lo demande con su mirada y me acerco antes de que lo haga él.

En cuanto me ve, acerca sus manos a mi cintura y me aproxima a él para darme un beso en la boca.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

—¿Entramos? —pregunta León.

—¿Qué?

—Al centro comercial, a por las zapatillas. Últimamente tienes la cabeza en las nubes, Gallina Catalina.

—Perdón, sí, pero... ¿podemos hablar un momento? Ahí hay un banco, igual nos podemos sentar... —las palabras se entremezclan en mi cabeza y no logro formar un discurso coherente.

—Claro, princesa —me coge de la mano, entrelazando sus dedos con los míos, y se sienta conmigo.

—León... tengo que comentarte algo. Esto... hace unas semanas pasó una cosa y no te lo he contado, pero lo tenemos que hablar porque estuvo mal. Estuvo fatal...

Mi novio me suelta y parpadea despacio. Todos esos nuevos sentidos que he desarrollado a su lado se activan y me avisan del peligro, pero yo ya no puedo hacerles caso.

—¿De qué hablas, Cata? —León frunce el ceño y yo sé que tendría que acercarme a él, acariciarle el rostro e intentar calmarlo.... Pero en vez de eso me echo un poco hacia detrás y él arruga la nariz, confundido.

—Yo... ¿Te acuerdas de la noche en la que estuve en la fiesta de los amigos de Darío? Nosotros... nos acostamos —balbuceo—. Yo... Tú... tú me despertaste para acostarte conmigo. ¿Te acuerdas?

—Supongo que sí —sé que está confundido porque yo también lo estoy y siento la punzada de vergüenza y de culpabilidad atravesándome el corazón instantáneamente.

—Yo... León, no quería acostarme contigo esa noche. Estaba durmiendo. No... no quería hacerlo.

El chico se pone de pie como si hubiese recibido un calambrazo. Y yo sigo sentada en el banco, mirándole, de abajo arriba.

—¿Qué dices? No me dijiste que no querías hacerlo.

—Te dije que no, León.

—¡No es verdad!

Me pongo de pie para poder estar a su altura.

—Te dije que no varias veces, León y te acuerdas. Aunque estuvieses borracho.

—Vale, Cata, es verdad que me dijiste que no, pero después me besaste, ¡joder! Me seguiste el juego, Cata. Me besaste y me seguiste el juego. ¡Querías hacerlo! ¡Nos lo estábamos pasando bien! —acerca su mano a mi hombro y yo me alejo—. ¡No te apartes, Cata! Joder, no te apartes como si te estuviera haciendo daño.

—Ya sé que no me estás haciendo daño —digo, pero me cubro el cuerpo con las manos y siento las lágrimas anegándome los ojos.

Soy estúpida. Esto es lo peor que podría hacer: mostrarme débil. Lo que necesita León ahora es calma y no que me aparte y que le haga sentir aún más mala persona. Tendría que respirar hondo, tranquilizarme, actuar como sé que debo hacerlo.

Pero no puedo. No puedo.

—¡Joder, pues no te eches a llorar! —grita León—. Cata, me besaste, reconoce que me besaste.

—Sí, te besé... —digo, porque es cierto. Porque le dije que no y después le besé.

—Pues entonces es normal que entendiera que habías cambiado de opinión, joder. ¡A veces cambias de opinión! Joder, yo nunca te haría daño.

Yo no cambié de opinión y él ya me ha hecho daño.

—No cambié de opinión, aunque te besara —digo y él capta mi firmeza.

—Bueno, pues entonces fue un malentendido, lo que no tiene sentido es que me lo digas ahora, tanto tiempo después y me acuses de algo...

—No te estoy acusando de nada.

—¿Ah, no? —vacila él.

—No. Y si me dejaras hablar...

—Te estoy dejando hablar, Cata.

—Yo... tú... tú ni si quiera te pusiste condón, León.

—No me dijiste que me pusiera condón.

—Yo...

—¿Cómo voy a adivinar que quieres que me ponga condón si no me lo dices? —insiste él y yo quiero frenarlas pero mis lágrimas se deslizan por mis mejillas hasta inundarme los labios.

—Deja de llorar, Cata —repite León.

Hay una habitación especial en algún lugar de mi mente que acumula todas las veces en las que me ha dicho que deje de llorar en vez de darme un abrazo cuando lo necesitaba. Y, aun así, siempre que me he echado a llorar he seguido esperando un abrazo que él jamás será capaz de darme.

—Quieres cortar conmigo, ¿verdad? —insiste León —. Si quieres cortar conmigo haz el favor de hacerlo, pero no te pongas a llorar y a montar un numerito como una niñata.

—No me estoy comportando como una niñata y no quiero cortar contigo, León. He venido para hablar contigo porque me siento incómoda y me siento mal porque te acostaste conmigo sin mi consentimiento, León. Tú estabas borracho y yo te besé, pero te dije que no y tú seguiste —intento ser firme, pero la voz se me quiebra.

—¿Qué me acosté contigo sin tú...? —el chico empieza a negar con la cabeza repetidamente—. Estoy flipando, Cat. Estoy puto flipando. Si quieres habla conmigo de lo que quieras cuando te calmes y cuando te comportes como una persona madura. Lo que no puedes hacer es llegar aquí y acusarme de algo muy grave, cuando sabes que me podrías joder la vida con esta acusación... —León se da media vuelta para irse y yo le agarro del brazo porque no quiero que se vaya, no así.

—Espera.

—No, Cata, no me espero. Es surrealista que me digas esto. Ya hablaremos cuando te tranquilices.

El chico reemprende el camino al lugar del que ha salido y yo me siento en el banco, sola. Solo consigo mandarle un mensaje a Jimena antes de romper a llorar de nuevo. 

 

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Perdón por no ser Julieta  | Serie Cayetano #2Where stories live. Discover now