58-Ventidós semanas de embarazo

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*Gavi*

Cuando llegué a casa abri la puerta encontrándomela echa un ovillo en el sofá con un chándal puesto y llorando, y el corazón se me puso en la garganta.

-Mi amor, aquí estoy-dije llegando hasta ella-¿donde te duele?-le pregunté y ella se llevó la mano al abdomen bajo sin querer hablar mientras reprimia un sollozo.

-Cariño, ¿puedes andar?-Le preguntó mi madre y ella asintió incorporándose empezando a andar despacio hasta el coche mientras yo la ayudaba como podía, y mi padre acabó cogiendola con cuidado y soltándola en la parte de atrás de coche.

Me senté a su lado y la abracé dejando que se apoyase en mi mientras sollozaba.

-No quiero que le pase nada-sollozó tapándose la casa.

-No va a pasarle nada mi vida, nuestra niña es tan fuerte como su madre, no le va a pasar nada-le contesté abrazándola mientras reprimia mis ganas de llorar, porque estaba muy asustado en ese momento solo de pensar que a alguna de ellas podía pasarle algo.

Mi padre no podía ir más rápido con el coche, pero yo sentía que toda la velocidad no era suficiente y cuando llegamos a la puerta de urgencias del hospital mi padre paró en doble fila cogiendo a Dani y metiendola en urgencias.

-Tiene un dolor muy fuerte, está embarazada de ventidos semanas-le dije a un enfermero que se apresuró a traer una silla de ruedas.

Al dejarla sobre la silla, nos dimos cuenta que estaba sangrando...por ahí, y llevé mis manos a mi cara imaginándome los peor.

Ninguno dijo nada para no asustarla más, pero cuando ella se dio cuenta soltó un sollozo desesperada.

-¡Estoy sangrando, mi niña!-lloró a la vez que dos enfermeros más la cambiaban a una camilla y se la llevaban corriendo.

Quise correr detrás de ella, pero un enfermero me frenó.

-No puede pasar-me dijo y yo fruncí el ceño enfadado.

-¿Cómo que no puedo pasar? ¡Soy el padre de la criatura y el novio de ella!-me quejé.

-Lo siento, no puede pasar, le iremos informando-dijo apresurandose a pasar a dentro donde se la habían llevado, y mi madre cogió mi brazo.

-Deja que hagan su trabajo cariño, ellos saben lo que hacen Pablo-me pidió intentando calmarme, aunque no sirviera de nada porque sentía que me iba a dar un infarto.

Cuando mi padre llegó nos sentamos en las sillas de la sala de espera, movía mi pierna buena nervioso y no podía parar de llorar, no podía dejar que le pasase nada a ninguna, mi deber era estar con ellas y protegerlas, y no había sido capaz de hacer ninguna de esas cosas.

-Hijo, tranquilo, van a estar bien-me dijo mi padre pasando su brazo por mis hombros.

-Me muero papá, si les pasa algo me muero, no entiendes como me siento, es un dolor que nunca había sentido, tengo miedo, tengo más miedo que en toda mi vida-dije sollozando.

-Porque ya eres Padre Pablo, y los hijos duelen más que nada en el mundo-me dijo abrazandome- van a estar bien, van a estar bien las dos-me aseguró.

Solo pude calmarme cuando un doctor se acercó a mi.

-Pablo, ella quiere que entres, está muy nerviosa-me dijo bajándose la mascarilla y yo me levanté de golpe.

-Vamos-le dije y empezamos a andar-¿están bien, las dos?-le pregunté al médico mientras me daba una bata, un gorro y una mascarilla.

-No es bueno que haya sangrado, pero habéis reaccionado rápido y eso es muy favorecedor, no puedo decirte más ahora-me dijo y yo terminé de vestirme apresurado.

JURAMENTO ETERNO DE SAL-PABLO GAVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora