7. La bruja del monte (pt. 2)

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Él se acercó a Mariel en el último recreo, sintiéndose  feliz porque Carlos no había ido a clases ese día. Después de tanto tiempo sin hablarle a la hermosa chica de ojos color esmeralda que tanto le gustaba, decidió volver a hacerlo.

–Hola Mariel, tanto tiempo –le dijo con una sonrisa triunfante. Ella lo miró con ojos sorprendidos, pero no le dijo nada en respuesta. Él pensó que ella quizás seguía ofendida.

–¿Dónde está Carlos? No vino a la escuela hoy –preguntó ya que ella no le respondía y no soportaba el silencio.

 –En Corrientes –respondió ella–, pero no creo que te interese eso, ¿o sí? –Él sólo rio.

–La verdad que él no me interesa –le confesó–, pero vos sí. –Ella sacudió la cabeza.

–No tengo más nada que hablar con vos –le dijo antes de marcharse con sus amigas.

Su plan estaba funcionando. Carlos estaba haciendo exactamente como se le había dicho, y ahora Mariel podría ser suya… eventualmente.  Todo estaba marchando a la perfección. 

Los padres de Carlos no sospecharon que nada andaba mal: actuaron con normalidad toda la tarde y no le hicieron preguntas sobre la escuela. Felipe había dicho y hecho como se le había pedido, entregando al preceptor una nota con la firma falsificada de sus padres para que en la escuela no hiciesen preguntas.

A la noche, Carlos tuvo una larga conversación telefónica con Mariel, como había prometido, pero no le quedó otra que inventar algunos detalles para que ella creyese que él realmente estaba en Corrientes. ¡Cómo deseaba poder verla!, pero debía conformarse con hablarle por teléfono hasta que solucionase su enorme problema. Tenía esperanzas que la anciana que había conocido pudiese ayudarlo, aunque todavía no estaba seguro de porqué alguien que no lo conocía desearía ayudarle. No creía merecer la ayuda de nadie, y menos de una persona que apenas lo conocía. Sin emargo y a pesar de sus dudas, estaba agradecido de que alguien lo hiciera.

Mariel no estaba convencida, algo sonaba mal. En el poco tiempo desde que conocía a Carlos había aprendido mucho sobre él, y sabía que algo no estaba bien; tan sólo le costaba descubrir exactamente qué. Se preguntaba qué podría ser.

Después de un largo y relajante baño, se acostó en su cama pensando en él, tratando de buscar respuestas dentro de su mente. No se dio cuenta cuando se quedó dormida.

“Tienen que ser ya alrededor de las doce de la noche,” pensó. Se encontraba dentro del jardín oscuro que había visto dentro de la mente de su novio. ¿Cómo había hecho para llegar ahllí? No lo sabía. Miró alrededor del jardín pero Carlos no estaba allí. Todo estaba en el mismo lugar, hasta las rosas rojas que parecían poseer luz propia, mas en este lugar no había rastros de él.

Ella miró a su pecho y vio su cordón plateado brillando, se dirigía hacia la derecha pero se perdía en la distancia. Mariel decidió seguirlo. “Seguramente Carlos está del otro lado,” pensó. Caminó por un sendero que estaba prácticamente oculto entre unos matorrales; éste terminaba en una puerta negra, pero la puerta estaba cerrada con un gran candado dorado. Mariel casi se echó a llorar pero, cuando tocó la puerta con su mano, ésta la atravesó.

 “Claro,” pensó, “en el mundo de los sueños todo es posible.” Sin pensarlo dos veces, atravesó la puerta oscura, sintiendo un cosquilleó mientras lo hacía, mas no tuvo inconveniente alguno para cruzar. No se esperaba lo que estaba a punto de encontrar: Del otro lado de la puerta se encontraba el arroyo que estaba aproximadamente a un kilómetro de su casa; mejor dicho, de su vieja casa. Mariel estaba parada sobre las ruinas de un viejo puente que ella conocía, el cordón plateado se adentraba por el sendero que corría paralelo al arroyo. Mariel decidió seguirlo.

Su cuerpo en el sueño se movía rápidamente y, en tan sólo unos pocos segundos, había llegado a un lugar donde el cordón volvía a doblarse. Era un lugar donde el agua era profunda y oscura. No recordaba haber estado antes allí, supuso que ésa debía de ser la parte del arroyo que corría por dentro del monte.

 Nadie tenía permitido entrar al monte: Se decía que algunas personas habían desaparecido allí dentro y que había muchos animales salvajes. Mariel no sabía si todo eso era cierto o si eso era tan solo un cuento que los padres inventaban para mantener a sus hijos alejados de aquél lugar. Supuso que todo era posible.

Subió la barranca por un angosto sendero. Había una casa en ese lugar: una vieja casa abandonada. “No,” se dio cuenta Mariel, “no está abandonada. Luz sale por una de las ventanas, y el cordón va hasta allí adentro. Carlos debe estar allí.” Mariel lo siguió y cruzó la pared sin molestarse por intentar abrir la puerta, mas cuando lo vio a Carlos no pudo evitar proferir un grito ahogado.

 Carlos estaba metido dentro de una jaula. Los barrotes no eran de metal, sino de una especie de energía, como la electricidad, pero ésta era de color amarillo. Él no parecía darse cuenta de su condición, mostrándose en un estado adormilado. Mariel se le acercó y trató de cruzar la jaula, pero al tocar un barrote éste le quemó la mano. Ella no sabía que esa jaula estaba diseñada para retener un cuerpo astral, pero rápidamente se dio cuenta que no se podía entrar de ninguna manera.

“Carlos,” lo llamó con un tono susurrante. Él la miró y le sonrió, pero se quedó en el lugar donde estaba, sin siquiera hablarle; parecía estar sumergido en otro mundo, pero podía verla. Mariel empezó a preocuparse. Eso no podía estar bien. Tendría que buscar la forma de liberarlo… No vio a la vieja bruja detrás de ella.

 Carlos estaba seguro que realmente estaba soñando cuando vio a Mariel. El sueño que estaba teniendo no era exactamente placentero, pero Mariel estaba allí y eso lo cambiaba todo. Podía verla, pero no podía estirar su mano para tocarla. Trataba de hablarle, pero le fallaba su voz. Estaba atrapado como en otro sueño que recordaba haber tenido hace no tanto tiempo. Todo a su alrededor se veía negro, excepto por Mariel. Ella irradiaba luz dorada, ella era la luna en su noche oscura.

Mariel lucía preocupada; había movido sus labios para hablar, pero él no podía oír lo que ella le quería decir. La vio mirar para los costados, como tratando de encontrar algo, ¿pero qué podría ver ella allí? Todo estaba oscuro, al menos para él.

De repente, Carlos pudo ver terror en el rostro de su novia, vio dolor en sus ojos y en la expresión de su rostro; y luego ella desapareció, simplemente se esfumó. Carlos no recordó ya más nada de lo que sucedió antes ni después.

Mariel estaba de vuelta en su cama. Tenía miedo, temía por lo que pudiese estarle sucediendo a Carlos. Sabía que tan solo había sido un sueño, pero se había visto tan real que ya no sabía qué era cierto y qué no. Recordaba haber encontrado una especie de interruptor que ella esperaba dejase libre a Carlos al accionarlo, pero cuando estaba a punto de hacerlo había sentido una fría mano en su hombro; sintió un terrible dolor y luego todo se desvaneció. Quien fuese el o la que la había tocado, la había enviado de vuelta a su cama.

 “Esa persona debe de ser muy poderosa si puede controlar los sueños,” pensó Mariel, demasiado asustada como para atreverse a volver a dormirse, y negándose a creer que simplemente había sufrido una persadilla. Se levantó y encendió su computadora. Tal vez en Internet encontraría alguna explicación para todo; debía de haberla.

Estuvo en su computadora desde las tres hasta las cinco de la mañana. Luego, ya un poco más calmada, decidió dormir un poco más. Los resultados de su búsqueda habían sido escalofriantes. Todo se relacionaba con brujería. ¿Estaba siendo Carlos víctima de un hechizo?

Mariel no sabía por dónde empezar; decidió que al otro día le pediría consejo a Gisela, sabiendo que ella era la única que parecía creer en lo paranormal. “Tal vez Gise sabrá qué decirme,” pensó mientras se dormía. No volvió a soñar ya más nada.

++++

¿Sus sospechas siguen siendo las mismas? 

Mi Luna CarmesíOù les histoires vivent. Découvrez maintenant