11. La hora de la verdad (pt. 2)

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Carlos estaba entre la espada en la pared: Mariel lo estaba interrogando, mirándolo a los ojos. ¿Cómo podría seguir mintiéndole de esa forma? Ella le estaba diciendo que lo aceptaría sin importar la forma de la que él fuera; ¿acaso sospechaba la verdad?

Mariel continuó hablando, al ver que él se quedaba en silencio. Carlos aún tenía mucho por procesar, y ella se había dado cuenta de ello.

–Carlos... somos almas gemelas, no hay nada que puedas ocultarme; lo que nos conecta es mucho más grande que nada en el mundo... y yo te acepto –anunció con mucha seguridad en su voz–. Fuimos hechos el uno para el otro, desde el principio del universo. No hay forma en la que no pueda aceptarte. ¿Me entendés? ¿Cómo podría no aceptarte?

Una parte en el interior de Carlos saltaba de dicha al escuchar tan dulces palabras, y tal declaración de amor. Instintivamente, tomó a Mariel de la cintura y la trajo más cerca de él. Sus labios buscaron los de ella, uniéndose en un profundo beso; en un beso que nuevamente los uniría en cuerpo y alma, literalmente.

Todo sucedió muy rápido. Antes de que cualquiera de los dos pudiera darse cuenta, estaban juntos en un oscuro jardín lleno de rosas rojas. Carlos se preguntaba en cuál de las dos mentes se encontró. “Posiblemente en la mía,” pensó. Ese paisaje de alguna forma le resultaba muy familiar; sabía que tenía que ser su propia mente.

Mariel estaba vestida de blanco y él de negro. Carlos se dio cuenta que todo el paisaje de veía en esas mismas tonalidades: en escala de grises, excepto por las rosas. Miró sus manos y también las vio grises. Todo era opaco, excepto por el cordón plateado que unía los corazones de los jóvenes enamorados, y las rosas que brillaban como si poseyesen luz propia. Ese paisaje era hermoso y tétrico al mismo tiempo.

Tomó a Mariel de la mano, y la miró a los ojos. Ella también lucía asombrada.

–Lo sé todo –confesó ella–. Ya no tengo miedo, ni por dentro ni por fuera… podés confiar en mí.

Carlos ahora sabía que no tenía más nada que temer: Mariel estaba lista para saber su secreto. Abrazó a la Mariel dentro de ese plano en el que estaban, y al hacer esto todo el paisaje alrededor de ellos se iluminó, llenándose de vida. Todos los negros y todos los grises se llenaron de color.

Carlos cerró sus ojos y llevó sus labios a los de ella besándola, esta vez sin ningún miedo, animándose a sentir la sensación que sus dos almas generaban al tocarse, al estar en tan íntimo contacto. Cuando volvió a abrir sus ojos, estaba de vuelta en la casa abandonada, con Mariel en sus brazos. Ella levantó la vista, mirándolo directamente a los ojos.

–¿Estás seguro ahora? –preguntó, mirándolo con la sonrisa más amorosa del mundo en sus tiernos labios. El corazón de Carlos latía con gran intensidad. Él no se había imaginado que ese día, después de justo haberse asegurado que nadie le contaría nada a Mariel sobre su terrible secreto, terminaría contándoselo él mismo. Se estaba contradiciendo y lo sabía muy bien.  

Tragó saliva, juntó coraje y, luego,  sin quitar por un solo momento su mirada de los hermosos ojos de su adorada alma gemela, empezó a contarle todo.

 –Soy un lobizón, un hombre lobo. Me convierto en eso una vez al mes –dijo, pausando luego por unos segundos para ver la reacción de Mariel, mas la expresión en su hermoso rostro era la misma; y ella estaba esperando a que él le siguiera contando todo lo que tenía decirle–. Mi primera transformación fue hace seis meses y medio –continuó Carlos–. No me lo había esperado, nadie me había dicho que yo tenía esta maldición… Esa noche fue trágica.

–¿Qué pasó? –preguntó Mariel, un tanto preocupada.

–Esa noche me sentía incómodo, tenía la urgencia de salir de donde estaba e irme a un lugar descampado. Entonces caminé hasta el cementerio y comencé a transformarme allí. El dolor era insoportable y, en algún momento, terminé perdiendo el conocimiento. Cuando me desperté había sangre en mis manos, en mi cuerpo y a mi alrededor… –Carlos pausó unos instantes, antes de continuar. Necesitaba juntar valor para pronunciar las palabras que vendrían–. Había matado a una chica que resultaba estar esa noche en el cementerio, su cuerpo yacía al lado mío. No había forma de negar que yo había sido el responsable.

Mi Luna CarmesíTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon