13. Chicas al rescate (pt. 2)

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Gisela condujo como una completa desquiciada, pero Mariel estaba contenta de que así lo hiciera. Mientras Gisela conducía y Mariel se calzaba las zapatillas, ellas habían empezado a planear el rescate. El plan debía de ser a prueba de fallos; no podían permitirse ningún error o éste podría resultar fatal.

El atizador yacía en el asiento trasero del auto. Mariel no le tenía mucha confianza a ese objeto, y le horrorizaba la idea de tener que matar a alguien, pero sabía que debía de hacerse. Esa bruja no podía seguir con vida porque, si lo hacía, seguiría matando gente inocente. Mariel sabía que debía de hacerse a la idea.

Gisela siguió las instrucciones de Mariel, y se adentró en un camino que ya nadie parecía transitar. Se detuvo cuando avistó el puente derrumbado, percatándose de por qué ya nadie conducía por allí.

–Bueno, parece que es acá –anunció Gisela, abriendo la puerta del auto–. En el baúl hay una linterna, buscala.

Mariel salió del auto, abrió el baúl buscó la linterna mientras Gisela tomaba el atizador. La encendió, esperando que tuviese bastante batería. La noche estaba oscura y no verían nada sin ella. Mariel miró la hora: eran las diez y media de la noche y debían apurarse.

Le señaló a Gisela el camino, y juntas comenzaron a caminar por un sendero al costado del arroyo. Sólo se escuchaba el sonido del agua y los grillos, nada más que eso. A Mariel ese lugar no le causaba una buena impresión; pero debía recorrerlo si deseaba volver a ver a Carlos con vida. Debía ser valiente, no por ella, sino por el bien de su alma gemela.

Sin la ayuda de sus habilidades, a Carlos le resultó mucho bastante difícil llegar hasta la casa de la bruja. Por suerte ya conocía el terreno, y llevaba su linterna para iluminar el sendero.

Ya en puerta de la anciana, golpeó tres veces. Notó algo extraño con respecto a ese lugar ahora que venía de noche; incluso le pareció un poco tétrico, mas se sacó la idea de la cabeza, convenciéndose de que debía de ser tan sólo la luna nueva que lo estaba influyendo a pensar de esa forma.

Gladis abrió la puerta, sonriéndole. Se la veía especialmente alegre, y esa noche llevaba puesto un vestido rojo cuyo uso él no hubiese recomendado a ninguna anciana. Tal vez era el rojo, o quizás el escote; Carlos no estaba seguro qué era exactamente lo que le molestaba, pero se sentía incómodo ante la presencia de esa mujer.  No se había sentido de ese modo en ninguna de las demás ocasiones en las que había venido. “Quizás simplemente estoy nervioso por el ritual vamos a hacer hoy,” pensó Carlos mientras seguía a la anciana adentro de la casa.

Mariel recordaba el camino de memoria porque había soñado con él, mas temía perderse a causa de la tremenda oscuridad que había esa noche. Gisela la seguía por detrás, pero Mariel podía darse cuenta de que su amiga se encontraba temblando, vaya uno a saber si de miedo o de frío.

Mariel estaba agradecida con Gisela por haber sido tan buena amiga y haberle dicho sobre el peligro que corría Carlos, aún cuando ella estaba arriesgando su propia vida al acompañarla a este lugar. Mariel sabía que Ana no se hubiera animado a venir con ellas. A lo sumo se hubiera quedado en el auto, pero más lejos no hubiera ido sin antes sufrir un ataque de pánico.

Mariel pensó que, si sobrevivía esta expedición, le daría una buena recompensa a Gisela por su valor. Sin embargo, primero debía concentrarse en llegar hasta la casa de la bruja, y en hacer lo que se debía hacer sin vacilar. Debía mantenerse siempre valiente; no podía darse el lujo de ser cobarde en ningún momento.

Pronto se dio cuenta de que estaban llegando a un lugar donde todo se volvía cada vez más silencioso. El agua no corría con la misma rapidez sino que estaba estancada. No había ni siquiera el sonido de los grillos en los alrededores. Tan sólo estaban la noche, las estrellas, y ellas. Todo lo demás parecía haberse desvanecido.

Mi Luna CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora