9. Escapada nocturna

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Carlos esperó a que toda su familia se acostara a dormir para poder realizar su próximo movimiento. Lo había estado planeando durante toda la tarde: Esa noche robaría un objeto perteneciente a Riki. Para ello, debía dirigirse a Villa Rita.  Salir en su moto sería muy arriesgado, por lo que decidió que correría los diez kilómetros hasta el pueblo. Lo que a un simple humano le llevaría al menos una hora, dependiendo qué tan entrenado estuviera, a él tan sólo le tomaría unos quince minutos. Era un tiempo bastante aceptable, pero la moto seguía siendo más rápida que él.

Cuando estuvo seguro de que todos dormían, salió de su casa sigilosamente, sin hacer ningún ruido. Eran las doce de la noche y Riki tendría que estar durmiendo ya que a la mañana siguiente debería levantarse temprano para ir a la escuela.

Carlos había buscado gente con el apellido de Riki en la guía telefónica. Existían dos con apellido Acosta en Villa Rita, y posiblemente tendría que visitar ambas casas. De todas formas, estaba seguro que podría reconocer en qué casa vivía él. Su olfato era tan potente como el de un perro, y luego de haber compartido su banco en la escuela con él, podría reconocer su aroma desde varios metros de distancia.

Carlos caminó cautelosamente por el callejón de salida, hasta llegar al portón principal que daba a la calle. Lo saltó fácilmente y salió corriendo por el camino a Villa Rita. Sabía que nadie estaría transitando por esa vía;  a esa hora la gente ya estaba bien dormida. Nadie le vería correr a esa velocidad.  

Exactamente quince minutos después, Carlos estaba en el pueblo. Villa Rita parecía muerta, nadie recorría las calles, incluso parecía un pueblo fantasma: la gente estaba bien segura dentro de sus casas, lista para tener que levantarse temprano al otro día.

Rápidamente llegó a una de las casas cuya dirección había agendado; ésta era bastante moderna y por fuera estaba pintada color rosa. No tenía rejas.

Carlos entró al patio caminando sigilosamente, pero alguien se había percatado de su presencia. Cuando había hecho tan sólo unos pasos dentro de la propiedad, un perro apareció frente suyo gruñéndole. Carlos no dejó que esto lo tomara por sorpresa; le mostró los dientes al animal, y le gruño en respuesta. El perro salió corriendo a los lloriqueos, y con la cola entre las patas: había entendido quién mandaba allí.

Carlos sonrió satisfecho y siguió caminando hasta la parte posterior de la casa. “Sí, ésta es la casa de Riki,” confirmó Carlos al ver que su bicicleta azul estaba tirada afuera, debajo de un sauce. “Tengo suerte de haber encontrado la casa en el primer intento,” pensó, mientras se acercaba a una  de las ventanas.

Había dos habitaciones en esta casa, una tenía la ventana semi-abierta, mientras que la otra estaba completamente abierta, por más que la noche estaba bastante fresca. Después de todo, ya era otoño y muy pocas personas dejarían sus ventanas abiertas. Carlos estaba agradecido que la gente de esta casa lo hubiese hecho.

Chequeó primero la ventana que estaba apenas abierta; allí dormían los padres de Riki. Carlos pudo ver que ambos estaban profundamente dormidos. Luego fue hasta la siguiente ventana sin demorarse innecesariamente. Miró por la ventana abierta: Riki estaba durmiendo en su cama, la cual estaba pegada contra la pared al frente de la ventana. Indudablemente,  si Riki se despertaba y se daba la vuelta, lo primero que vería sería a Carlos. “Y quizás también lo último,” pensó él, tratando de mantener la calma aun sabiendo todo lo que Riki había hecho en contra de él, peleando contra su instinto animal, que le decía que la solución más fácil y rápida sería ahogar a su enemigo con su almohada mientras él todavía dormía. Pero no lo haría, él era mucho mejor que eso.

Carlos observó la habitación, viendo qué cosa podría agarrar con facilidad. Divisó un escritorio lleno de diversos objetos, y pensó que esa era la opción más segura, mas tendría que entrar y caminar unos pasos para llegar a él. Lamentablemente, no había nada que pudiese alcanzar desde donde él estaba.

Mi Luna CarmesíWhere stories live. Discover now