14. Matando al lobo

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Carlos siguió a la anciana hasta la habitación donde el día anterior habían realizado el hechizo contra Riki. En el centro del lugar esta vez había dibujada una estrella de cinco puntas invertida. A Carlos no le gustaba este símbolo para nada ya que de niño le habían enseñado a relacionarlo con todo lo que era demoníaco.

–¿Para qué es eso? –indagó, esperando una respuesta convincente..

–Es parte del ritual –contestó la anciana–. Es una medida de precaución. Tendrás que sentarte sobre él para que todo funcione, y… –la anciana señaló hacia donde había unas cadenas en el suelo antes de continuar–, tendrás que encadenarte.

–¿Eso es plata? –preguntó Carlos, un poco incómodo. No le gustaba la idea de tener plata tocándole la piel, no había tenido ninguna buena experiencia con ella.

–Sí –le confirmó la anciana–. Es otra medida de protección. Necesito que te la pongas, por favor.

–Pero… –protestó Carlos–, la plata es dolorosa, muy dolorosa. –La anciana frunció el seño.

–¿Quieres o no quieres deshacerte del lobo? Si no lo quieres, puedes irte ahora. No me hagas perder el tiempo.

Carlos se dio cuenta que había hecho que Gladis perdiera la paciencia, lo cual era extraño ya que ella siempre se había mostrado muy amable con él.

–Sí, quiero. Discúlpeme por la falta de respeto.

 –Perfecto. Siéntate en el medio de la habitación y ponte esas cadenas alrededor de tu cuerpo. Estamos casi listos para comenzar –dijo ella.

Carlos hizo como ella  le había ordenado. Las cadenas eran pesadas y le quemaban las manos al tocarlas pero, al menos, al ponerlas sobre su ropa no le molestaban tanto. Una vez que estuvo sentado sobre el pentagrama y encadenado, se dio cuenta que no podía moverse para nada; las cadenas lo tenían totalmente aprisionado.

Una sonrisa malévola se dibujó en la cara de la anciana.

–¡Qué confianzudos que son ustedes los lobizones! –exclamó. Su rostro irradiaba satisfacción–. Por suerte no aposté nada a que tendría que usar mis poderes para maniatarte.

Carlos no entendía nada. ¿Era ésta acaso una broma? Gladis, la indefensa anciana que le había estado ayudando todo este tiempo ¿ahora estaba volviéndose en su contra? Nada tenía sentido para él.

–No entiendo –dijo Carlos, preocupado.  

Gladis estaba mirando al reloj. Faltaba alrededor de unos quince minutos para las doce.

–¡Fue tan fácil ganar tu confianza! –dijo la bruja–. Mi intención no fue nunca ayudarte... ¡Al contrario!

–Pero… ¿y Riki?

La anciana se estaba riéndose a carcajadas.

–¡Carnada! La amenaza real era otra y no la supiste ver. Verás… cuando éste muchacho Marcos vino a mí, pidiendo ayuda para que tu chica se enamorase de él… me resultaste particularmente interesante. Una no se encuentra con lobizones todos los días, y menos por esta zona en la que no hay mucha gente descendiente de guaraníes.

–¿Marcos? –preguntó Carlos. Ahora entendía: Marcos era el rubio que había estado hablando con Mariel. Estaba enamorado de ella y había deseado quitarlo a Carlos del medio.

–Sí. Pero verás… para que él pueda tener a Mariel, vos tenés que estar muerto. Eso podría haberlo hecho bastante fácilmente, haciendo un hechizo bastante simple, y sin necesitar andar con tantas vueltas. Podrías haber tenido un accidente en moto, que todos hubieran considerado una real tragedia… pero hubiera sido un total derroche de energía.

Mi Luna CarmesíWhere stories live. Discover now