13. Chicas al rescate (pt. 1)

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Ya había caído la noche en Villa Rita, y la madre de Gisela había salido con su novio, a quien Gisela despreciaba profundamente. No podía soportar que su madre hubiera reemplazado a su padre con tanta rapidez después de su muerte. Eso le parecía era algo imperdonable, y era una de las razones por las que no se llevaba bien con su madre.

Finalmente, y después de buscar un buen rato, encontró los cables de la computadora ocultos en un armario, y los llevó a su cuarto. Enchufó su computadora y la encendió. Unos minutos más tarde, cuando el reloj marcaba exactamente las nueve de la noche, Gisela estaba entrando a la sala de chat en la que siempre hablaba con Ingrid.

Ni bien vio a Ingrid en la lista de usuarios online, le envió un mensaje privado:

 –Hola Ingrid! ¿Cómo estás? Disculpame que me tuve que ir así nomás el otro día. Mi vieja me descubrió en la compu y me la desconectó… Y ayer no pude conectarme.

–¡Gracias a Dios, Gisela! –contestó Ingrid–. Me iba a sentir culpable toda la vida si no te alcanzaba a avisar de lo que vi sobre tus amigos.

–Dios mío –escribió Gisela, más preocupada que nunca–. Decíme qué fue lo que viste.

–No tengo tiempo para explicarte con detalles –contestó Ingrid–, pero esta noche una bruja de tu zona va a hacer un hechizo en contra de Carlos. Lo peor es que él confía en ella y esta noche, que es la luna nueva, va a estar prácticamente indefenso contra ella. No va a poder defenderse cuando ella le haga lo que piensa hacerle. No podés permitir que haga eso. Hay que hacer algo urgente

Gisela ya estaba por prepararse para salir a buscarla a Mariel cuando volvió a escribir.

–Okay, voy a ver que puedo hacer. Nos vemos.

–Esperá –continuó Ingrid–. Esa bruja ha vivido ya unos 500 años, alimentándose de la energía de otros. Vas a tener que matarla. No va a quedar otra alternativa. O lo va a seguir haciendo.

–¿Qué? –preguntó Gisela, sorprendida ante semejante revelación–. ¿500 años?

–Sí, y lo único que puede matarla es el hierro. Si tenés un hogar a leña podes utilizar el atizador para matarla. Claváselo en las entrañas. No lo pienses dos veces. Tendrá apariencia de cordero, pero no es nada inocente, y no dudará dos veces en vaciarte de tu propia energía ni bien pueda. Ahora, apurate que no tenés mucho tiempo.

Gisela estaba a punto de llamar a Mariel por teléfono, pero se acordó que ella no tendría su móvil consigo, entonces llamó al teléfono de Carlos, con la intención de advertirle ella misma, mas él no contestaba.

Pronto se hicieron las diez menos cuarto, y Gisela escuchó a su madre entrar a la casa junto a su novio; se los podía escuchar riéndose a la par. Minutos más tarde, Gisela caminó lentamente hasta la puerta de su madre y pegó su oído contra ella.

Gisela los oyó en medio de su acto amoroso, e inmediatamente despegó su oído, sintiéndose disgustada. Odiaba imaginarse a su madre haciendo esas cosas, aunque ella misma no tenía problemas en hacerlas. Lo bueno era que como su madre estaba tan ocupada, no se daría cuenta de lo que ella estaba a punto de hacer.

Carlos ya había salido de su casa; debía estar a las once en punto en la casa de la anciana y tenía al menos una hora para caminar por el costado del arroyo. Había dejado su móvil en su casa para que nadie lo molestase esa noche. No se había imaginado que tal vez llevar su móvil podría salvarle la vida.

Era una noche de luna nueva, por lo que sus poderes sobrenaturales estaban casi totalmente anulados. La noche era muy oscura, y él no podía usar su súper visión para ver el camino. Veía el diez por ciento de lo normal para él; tanto como un humano, pero le costaba acostumbrarse al cambio.

“Por suerte traigo linterna,” pensó Carlos mientras se bajaba de su moto tras haber estacionado a pasos del puente destruido.

Cuando empezó a caminar por el sendero, se dio cuenta que también era poco lo que podía oír y percibir con su olfato.  Se sentía desprotegido; pero lo que iba a hacer valía la pena. Por eso siguió caminado rumbo a la casa de la anciana, ignorando el profundo sentimiento de desprotección que sus sentidos disminuidos le infundían.

Gisela tomó el atizador de su hogar y caminó rápidamente hasta el auto de su madre, que por suerte tenía las llaves adentro. Su madre siempre se las olvidaba allí cuando tenía la cabeza en otro lado… “Generalmente pensando en machos,” pensó Gisela con cierto rencor, un rencor que sólo le guardaba a su madre.

Salió en el auto, sabiendo que sería castigada en gran manera por ello, pero eso le importaba un bledo. Debía ayudar a salvar al novio de su amiga, aunque no tenía idea de dónde él podría estar, pero tal vez Mariel sí la tuviese.

Manejó hasta la casa de Mariel. El reloj en el tablero del auto daban las diez, y la casa de Mariel estaba ya oscura. Todos se habían ido a dormir, pero Gisela esperaba que Mariel estuviese todavía despierta.

Entró sigilosamente dentro de la propiedad, y caminó hasta el patio de atrás. Respiró aliviada al ver luz en la ventana de su amiga.

Mariel estaba en su cama, escribiendo un poema en un cuaderno espiralado porque no tenía Internet, no tenía su móvil, y se sentía más nerviosa que nunca; cuando de pronto, escuchó los golpes en su ventana.

Sabía que sus padres tal vez estarían todavía despiertos pero, igualmente, abrió la ventana.

–¡Gi! –susurró Mariel, sorprendida porque Gisela estaba de nuevo allí esta noche–, ¿qué pasa que de vuelta te me querés meter por la ventana?

–No hay tiempo para explicaciones –le dijo Gisela seriamente–. Tenés que venir conmigo, Carlos está en peligro. –Mariel abrió los ojos grandes como platos, no pudiendo creer lo que su amiga le estaba diciendo.

–¡¿Qué?!

–Lo que te dije. Vamos, tengo el auto de mi vieja. Tenemos que salvarlo a Carlos de una bruja. ¡Es urgente!

Mariel tenía puestas sus chinelas color rosa, pero no se molesto en cambiarse. Agarró las zapatillas que tenía en el piso, y salió rápido por la ventana, yendo junto a su amiga hasta el auto.

Tanto la madre de Gisela como sus propios padres estarían furiosos al otro día. Mariel estaba segura de ello, pero no le importaba nada mientras Carlos estuviese a salvo.

–Bueno –le dijo Gisela mientras empezaba a alejarse de la casa–. Sé que Carlos está en tremendo peligro, y que tenemos que rescatarlo de una bruja de unos quinientos años que planea quitarle su fuerza vital esta noche. Ahora… ¿vos sabes dónde puede estar?

Mariel estaba terriblemente alarmada tras haber oído las palabras de su amiga.

–¡Una bruja de quinientos años! ¡Decíme que es una broma!

–No lo es. Ingrid acaba de decírmelo. Ella es una muy buena psíquica, nunca se equivoca. Y lo que sea que esta bruja va a hacer, va a hacerlo ahora, ¡Tenemos que apurarnos!

–¿Probaste llamarlo a Carlos? –preguntó Mariel, con la esperanza que tal vez pudiesen advertirle.

–Sí –contestó Gisela, con el ceño fruncido–, pero no me contesta. No lo debe tener encima.

Mariel pensó que se iba a desmayar. No podía ser cierto, estaba a punto de perder a Carlos, y no tenía idea por dónde empezar. ¿Cómo rescatarlo si no sabían dónde demonios ir?

De repente lo supo.

–¡Manejá rumbo al campo! –dijo Mariel, acelerada–. Sé adónde tenemos que ir.

Mi Luna CarmesíDär berättelser lever. Upptäck nu