12. Mal presentimiento

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Nuevamente, Mariel se encontraba recorriendo el sendero que estaba al costado del arroyo, con la rapidez con la que solamente contaba en sus sueños; y, en tan sólo unos segundos, había llegado a la casa donde había encontrado a Carlos en su sueño anterior. La diferencia era que Carlos no estaba allí esta vez. Pero si él no estaba allí, ¿por qué estaba soñando con ese lugar? Mariel no pudo evitar preguntarse aquello.  

No le gustaba ese sitio, le daba una muy mala impresión ya que todo era demasiado oscuro y tenebroso. Recorrió la casa, notando que todos los cuartos eran igual de sombríos e irradiaban energía negativa.

Finalmente llego a una habitación iluminada con velas, donde una anciana se encontraba parada delante de un gran caldero negro. Estaba limpiando un cuchillo ensangrentado con un paño, para luego arrojarlo dentro del caldero, dejando salir una risa malvada a la par del burbujeo incesante del caldero. Mariel se preguntó para qué era todo eso y quién era esa señora que mostraba ser tan malvada.

Prestó atención a un gran libro antiguo en medio de la habitación, caminó a él y quiso tocarlo, mas no pudo hacerlo. El libro contenía una especie de burbuja protectora a su alrededor y, cuando ella se dispuso a tocarlo, ésta la repelió. Mariel pudo sentir una especie de shock eléctrico al hacerlo, y dio un paso atrás. Justo en ese momento, la anciana se dio la vuelta y la vio.

–¡Otra vez tú! ¡Vete de aquí! –le gritó, enojada.  

Mariel sabía que si hubiese estado en su forma corpórea, se hubiese puesto pálida del miedo que esta mujer le inspiró.

La mujer empezó a pronunciar una palabras extrañas y, en un abrir y cerrar de ojos, Mariel estaba de vuelta en su cama. Sabía que de alguna forma el sueño había sido real, pero lo que no sabía era por qué motivo lo había soñado.

Miró la hora en el reloj sobre su mesita de luz: Eran ya más de las doce de la noche. Se levantó y encendió su computadora, pero no pudo conectarse a Internet. Entonces se dio cuenta que sus padres debían de haberle restringido el acceso. Mariel suspiró. “Esta semana va a estar difícil sin mi celu ni la compu,” pensó Mariel, sin otra opción que resignarse ante la idea de tener que pasar tanto tiempo así.

Cuando estaba por volver a la cama, sintió unos suaves golpes en su ventana. La abrió procurando no hacer ruido, y se encontró con Gisela del otro lado.

–Gise –susurró para que nadie en su casa le escuchara hablar–. ¿Qué estás haciendo ahí?

–Vine a hablarte –le dijo Gisela, también hablando bajito–. Al final no pudimos hablar nada hoy.

–Sí, discúlpame que no te avise que no iba a estar a la tarde. Carlos y yo teníamos mucho que hablar, y por eso lo llevé a la casa abandonada.

–Contame todo –le pidió Gisela mientras se metía por la ventana.

Ambas se sentaron en la cama de Mariel y empezaron a conversar. Mariel le contó lo que había hablado con Carlos y cómo él le había confesado su secreto. Gisela, por su parte, le confesó que ella ya lo sabía todo, pero que no había querido intervenir. Luego le contó a Mariel sobre lo que había hablado con su amiga Ingrid, y le dijo que alguien había estado chantajeando a Carlos,  pero que había aún más que Ingrid no le había alcanzado a contar.

–¿Y no pudiste hablar con ella hoy? –preguntó Mariel. Quería saber más.

–No –respondió Gisela, frunciendo el ceño–. Mi mamá me desconectó la computadora, y escondió los cables para que yo no pueda usarla. ¡No sabes la bronca que tengo!

–Me imagino –replicó Mariel, sintiendo la frustración de su amiga como si fuera suya–. A mí me quitaron el teléfono e Internet. ¡Odio ser menor de edad! –dijo, riéndose a lo último.  Era consciente que debía seguir órdenes hasta que fuera mayor, debía soportarlo el tiempo que fuera necesario, pero a Gisela le costaba mucho más que a ella entenderlo. En lo que sí estaban de acuerdo era en que no era justo que sus padres no las entendieran, y se creyesen poseedores de la verdad absoluta.

Mi Luna CarmesíWo Geschichten leben. Entdecke jetzt