Capitulo 27

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Tras varias horas de vuelo y nada más poner los pies en el suelo, paro a un taxi y le pido que me lleve a un hotel. Estoy tan agotado que necesito descansar o no podré moverme. Mi cabeza está saturada y soy incapaz de pensar con claridad. Cuando llegamos, el conductor tiene que despertarme. Le pido que espere por si está completo y tenemos que buscar otro lugar y bajo con torpeza del vehículo. Entro al edificio y me dirijo a recepción. Por suerte, la chica que me atiende me indica que hay habitaciones libres. Salgo de nuevo caminando como si no sintiera el suelo bajo mis pies, pago al taxista y se marcha. Hago la reserva y cuando entro a mi habitación me dejo caer sobre la cama y no recuerdo nada más.

A la mañana siguiente abro los ojos sobresaltado. De pronto recuerdo dónde estoy y qué es lo que he venido a hacer aquí, pero rápidamente me doy cuenta de que no sé por dónde empezar. Me siento en el borde de la cama y pienso durante varios minutos. Busco en internet la extensión y los habitantes de Colombia y me vengo abajo. Son más de 47 millones de personas. Ni en diez vidas podría recorrer todo el país buscándola. Tengo que encontrar otra manera de dar con ella.

Salgo del hotel y busco una papelería. Cuando la encuentro compro un mapa de Colombia, un cuaderno y un par de bolígrafos. De regreso a la habitación un rico olor hace que mi estómago proteste y entro en un pequeño restaurante. Mientras preparan mi pedido me siento en una de las mesas y trazo en el mapa varias líneas con la intención de dividirlo en zonas. Busco en el móvil los clubs y burdeles más cercanos y los anoto en el cuaderno. Nada más terminar de comer decido alquilar un coche y probar suerte en el primero.

***

Han pasado cinco días y me he recorrido al menos 30 locales sin suerte. Pregunto a los clientes por chicas jovencitas y pelirrojas haciéndoles creer que me vuelven loco, pero nadie parece conocer a ninguna. Salgo del último club que tengo anotado en la zona y me siento totalmente desmoralizado. Tacho la dirección y conduzco varios kilómetros hasta la siguiente. Tendré que buscar otro hotel. A mitad de camino mi teléfono comienza a sonar y paro donde puedo para atender a la llamada.

—¿Sí? —contesto sin mirar.

—Izan. —Reconozco su voz. Es el comisario.

—Dígame. —Si me llama es porque ha averiguado algo.

—Hemos revisado las cintas y tengo noticias. —Guardo silencio—. Viajó a Colombia con tu padre. Como imaginaba, bajo un nombre falso. Además, hemos reconocido a varias chicas que han subido al avión con ellos. Algunas llevan desaparecidas más de dos años.

—¿En serio? —Mis latidos se aceleran.

—También sabemos en qué aeropuerto aterrizaron. Aunque eso no es ninguna garantía, ni nos sirve como dato, porque pudieron desplazarse después. La policía de allí se ha mostrado muy colaboradora y nos está echando una mano. Tenemos acceso a todos los datos.

—Eso es genial.

—Necesito que me digas algo, Izan.

—Claro.

—¿Recuerdas el nombre completo y real de Lorena? Es posible que consigamos algo importante de ser así.

—Angélica —digo sin demora.

—Sí, su nombre ya me lo dijiste y lo tengo anotado, pero necesito también sus apellidos.

—Angélica... —Hago memoria, pero ha pasado tanto tiempo que lo he olvidado. Escribimos cientos de veces nuestros nombres con tiza en el asfalto, pero soy incapaz de recordarlo—. Lo siento comisario, no lo recuerdo.

—No pasa nada. —Hace una pausa—. Tengo aquí una lista bastante larga de personas con ese nombre que han hecho algún movimiento de dinero en los últimos días en Colombia. ¿Tienes tiempo para oírlos? Es posible que alguno te suene.

La Marca de Sara - (GRATIS)Where stories live. Discover now