Capítulo 40

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—¡Sara! —Todo mi autocontrol se esfuma y me lanzo sobre ella. Soy incapaz de contenerme.

—¡Izan! Dios mío, Izan... —Habla en mi hombro mientras me rodea el cuello con sus brazos—. Gracias, gracias, gracias... —Tiembla y sus lágrimas mojan mi ropa.

—Lo conseguimos —digo con la cabeza sumergida entre su cuello y su clavícula—. Estás a salvo, cariño. —Sé la palabra que acabo de emplear, pero no me arrepiento. Es lo que siento por ella.

—Gracias, Izan. —Me cierra más fuerte en su abrazo mientras solloza—. Gracias...

—Ya está, Sara. Tranquila. —Acaricio su espalda—. Ya ha pasado todo. Shhhh. Tranquila.

—Si no fuera por ti no sé que hubiera pasado. Te debo la vida.
—Sorbe por la nariz.

—No me debes nada. También era una necesidad para mí sacarte de ahí. —Me aparto y nos miramos fijamente a los ojos—. Me hubiera vuelto loco si se te hubieran llevado. —Acaricio su mejilla—. Habría hecho cualquier cosa para evitarlo. —Miro hacia atrás buscando al hijo del jeque, y ya no está. Se lo agradezco mentalmente y continúo—. Les hubiera matado con mis propias manos si hubiera sido necesario.

—Me asusté mucho...

—Lo sé. —Rodeo su cuerpo de nuevo y la pego a mi pecho—. Lo sé... Lo vi en tu mirada. —Trago saliva e intento borrar esa imagen—. Gracias a Dios que estás bien. —Pongo las manos en su barbilla y tiro de ella, necesito ver sus ojos.

—Me lo contaron todo por el camino, pero hasta entonces me vi perdida. —Aprieta las mandíbulas—. Prefería estar muerta antes que vivir de esa manera.

—Lo sé, nadie querría vivir así.

—Hasta que el jeque no me habló del comisario no le creí. —Mira al vacío recordando—. Me ha contado que raptaron a su hijo hace unos meses y que el comisario le encontró en solo unas horas. Desde entonces se hicieron amigos y por eso no han dudado en hacerle este favor.

—Hemos tenido mucha suerte en dar con él. Es un gran profesional.

—Mucha. —Me mira y sonríe—. Aunque sin tu mensaje no estaríamos ahora aquí.

—Todavía no me lo creo —susurro cerca de su boca. Hoy está más bonita que nunca.

—Ni yo. —Cierra los ojos y se deja llevar por las caricias en sus rosados pómulos.

Me inclino lentamente y sin que lo espere, dejo un beso en sus carnosos labios. Me aparto lo suficiente como para notar que no le desagrada y vuelvo a hacer lo mismo. Miles de sensaciones me recorren la espalda. Nunca antes había sentido algo así.

—Izan... —susurra y apoyo mi frente en la suya. No quiero incomodarla. Nuestros alientos se mezclan y lucho contra mi impulso, pero es demasiado difícil. La necesito más de lo que nunca hubiera imaginado.

Paso mi mano por su nuca y pongo mis labios de nuevo sobre los suyos. Sara no se aparta y el ritmo de mi respiración cambia. Me siento nervioso y ansioso a la vez. Tantos sentimientos juntos me están desbordando. La abrazo con fuerza al tiempo que invado su boca y creo poder tocar el cielo con la punta de los dedos. Si tengo que morir, quiero que este sea mi último pensamiento.

Un gemido de protesta me saca de mi estado. Me detengo y soy consciente de que le estoy haciendo daño.

—Mierda. Lo... lo siento. —Me aparto para dejarle espacio y toca su labio. Temo haberle mordido.

—Tranquilo —dice sonriendo y siento un gran alivio. Verla así y no tan asustadiza me da la vida. Por fin empieza a confiar en mí y comprende que no soy como ellos.

La Marca de Sara - (GRATIS)Where stories live. Discover now