Capitulo 34

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—Uff —resopla Lorena—, será mejor que me vaya. Conozco esa mirada y no me gusta nada... —Pone su mano en mi barbilla para mirarme mejor y ladea una sonrisa—. No seas demasiado duro con él, Aníbal. —Me aparto con un rápido movimiento y arruga la frente, molesta. Sin decir nada más, se marcha y nos deja solos.

—¿El qué me va a costar caro? —Me dirijo a él mientras cruzo mis brazos y trato de parecer tranquilo. Saber lo que le hizo a mi madre me dificulta la tarea y apenas puedo contenerme. Le reventaría la cabeza con mis propias manos.

—Tú... —Me señala con el dedo—. ¿De dónde sacaste el dinero? —Su mirada desprende rabia.

—De donde lo tengo. —Un molesto tic aparece en mi parpado e intento que no lo note. Estoy a punto de explotar—. ¡No eres el único que lo gana!

—¿De dónde? —repite y viene hacia mí. Me esfuerzo por permanecer en el mismo lugar. Ese gesto todavía me impone. Cuando era pequeño y hacía lo mismo, corría porque sabía lo que venía después.

—No tengo por qué darte explicaciones. ¿Acaso te pregunto yo a ti en qué gastas el tuyo o qué haces con él? —Mantengo la mirada. El odio que siento hacia mi padre me da el valor que necesito para enfrentarme a él.

—¡He podido entrar a todas mis cuentas menos a una! —grita—. ¡Explícame la razón! —Cambié la contraseña de la banca online cuando ayudé a la chica del club para que no me descubriera, pero por supuesto no se lo pienso decir.

—A día de hoy todavía no soy adivino —miento—. Llama al banco. Quizás puedan ayudarte. —Sé por experiencia que, si no se hace presente en la oficina, nadie le dará información y ni mucho menos la nueva clave. Y al ser un banco español no hay sucursales en Colombia, por lo que todavía tengo un buen margen de tiempo.

—Cuando consiga hacerlo, si descubro que has tocado un solo euro, te juro que me lo devolverás con réditos.

—Uhh, qué miedo. —Levanto las manos y las muevo—. Mira cómo tiemblo. —Arruga la frente, extrañado. Nunca me ha visto tan seguro y parece que funciona—. Ya te he dicho que si quieres saber qué ha pasado con esa cuenta llames al banco. Tengo la conciencia tranquila y yo desde aquí no puedo hacer nada.

—No pienses que no lo haré... —Comienza a perder fuerza.

—Estás tardando. —Mira al suelo, pensativo. Se queda sin argumentos y no puede rebatirme. Parece que no le queda más remedio que creerme por el momento—. ¿Al final te ganaste a la sirvienta? —Cambio de tema y me recuesto en el sofá disimulando estar sorprendido.

—Sí —dice secamente, todavía poco convencido con nuestra conversación.

—Ella no parecía muy contenta cuando me hizo el trabajito...
—sonrío mientras levanto las cejas. Cuanto más natural sea todo, más fácil será integrarme. Tengo que hacerle ver que ese punto me ha extrañado como le hubiera extrañado a cualquiera.

—Ninguna debe parecerlo... Actúan. Les pedimos que actúen. A mis clientes les gusta creer que están aquí... obligadas. —Le cuesta seguir mintiendo—. Les da morbo.

—Buena táctica. —Me mira extrañado—. Reconozco que a mí también me gusta —vuelvo a sonreír y se relaja. Debo esforzarme para que confíe en mí—. Me dijeron antes de entrar a la habitación que podía hacer de todo con ella menos penetrarla. ¿Por qué la reserváis? Podríais ganar más dinero con ella si la entregarais completa. —Me hago el tonto. Necesito información.

—Ella... —busca las palabras— ha decidido vender su virginidad a un cliente muy importante. —Intenta engañarme, como siempre.

—¡Guau! —exclamo—. Oí una vez que suelen pagar mucho por eso. ¿Cuánto le han ofrecido?

La Marca de Sara - (GRATIS)Where stories live. Discover now