Capítulo 41

289K 23.2K 2.7K
                                    

Inspiro profundamente y guardo de nuevo mi teléfono. Solo espero que todo salga bien y paguen por el daño que están haciendo. Levanto la mirada hacia el cielo y pienso en mi madre. «Quizás no se esté tan mal ahí después de todo», me digo mientras veo la lluvia caer. Intentaré buscar una excusa para que me crean, pero sé a ciencia cierta que será inútil. Las imágenes de la cámara hablarán por sí solas. De pronto una idea viene a mi mente. «¿Y si le digo a mi padre que descubrí que fue Alacrán quien le robó la clave de la cuenta bancaria que no puede abrir? Quizás funcione. Puedo también añadir que me obligó a llevarle al aeropuerto bajo amenazas de muerte si hablaba... podría ganar así el tiempo que necesito».

—Tengo que intentarlo todo —digo en alto y arranco el motor de nuevo con intención de continuar. Cuando pongo las manos sobre el volante tengo la sensación de que me he olvidado de algo, pero no doy con qué es. No me he desplazado ni cinco metros cuando lo recuerdo—. ¡Lorena! ¡Mierda...! —Me he olvidado por completo de ella.

Doy la vuelta y regreso. No quiero más problemas. Estoy demasiado alterado y necesito tranquilidad.

El cielo se vuelve más oscuro y la lluvia se intensifica, los limpiacristales del coche apenas dan abasto y me cuesta ver la carretera. Cuando llego a la ciudad todo está congestionado y el tráfico es demasiado lento. Tras más de quince minutos parados casi en el mismo lugar, el vehículo que tengo delante por fin se aparta y acelero. Necesito salir de esta calle. Mis nervios no dan para más hoy. Antes de llegar al semáforo un coche que sale por mi izquierda no me ve y se me echa encima. Freno bruscamente para evitar la colisión, pero al estar el asfalto mojado, derrapo y finalmente impactamos. Por la inercia de frenado, mi cuerpo se mueve y me golpeo contra el volante.

—No. No, no, no... —repito sin parar. Es lo que faltaba. Parece que alguien me hubiera puesto una vela negra. Pongo las manos sobre mi cara y resoplo con fuerza. Cuando miro al frente veo al conductor del otro vehículo salir del coche y mirar el destrozo. El que va con él prefiere esperar dentro.

—¡Idiota! —me grita y le miro. Aunque él ha tenido la culpa, parece cabreado conmigo.

Un molesto calor sube por mi espalda y tengo que hacer un gran esfuerzo para encontrar un poco de paciencia. Estoy muy cerca de explotar. Vuelve a su coche y le veo sacar un bate de béisbol mientras su compañero ríe y le anima. Viene hacia mí y mis ojos se abren al ver claramente sus intenciones. El calor aumenta y sin pensarlo abro la puerta y me bajo. Al ver mi tamaño se echa hacia atrás, pero se da cuenta de que nos están mirando y levanta el bate en mi dirección para no quedar como un cobarde. Estoy tan fuera de mí que antes de que llegue a golpearme, le empotro contra la pared y agarro su cuello con una mano.

—¿Quién es el idiota? —Le digo apretando fuertemente—. ¿Quién? —Hay miedo en sus ojos y no puede contestar por mi presión—. Eres muy valiente, ¿verdad? —En ese momento noto un golpe en la espalda y me giro sin soltarle. Su acompañante está tratando de defenderle, pero mis músculos están tan tensos que no siento ningún dolor.

Suelto al conductor, cierro las manos con fuerza y lanzo varios puñetazos sobre la cara del amigo. Cae al suelo y me arrodillo para seguir golpeándole.

—¡Le va a matar! —gritan, pero no puedo parar.

Por el rabillo del ojo veo como el conductor vuelve a coger el bate y trata de pegarme con él. Le esquivo y ahora es él quien recibe mis puños.

Tres hombres me sujetan, pero forcejeo y tienen que apartarse. Puedo hacerles daño y lo saben. Estoy totalmente fuera de mí.

—Ya han aprendido la lección. Deja que se vayan —dice otro, pero siento tanta rabia que solo quiero liberarme de ella y creo haber encontrado la manera.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora