9. Despacito.

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Desperté en algún momento de la mañana sintiendo que el mundo se caía en mi cabeza y no supo qué hacer. Mi boca estaba pastosa y podía sentirle un sabor horrible. ¿Qué había sucedido y qué le habían hecho a mi cabeza? Me dolían muchísimo y casi podía golpearla contra la pared que iba a ocasionarme el mismo daño.

Las imágenes de la noche fueron llegando una detrás de la otra con una velocidad que me asustó. Casi las vi pasar frente a mis ojos con música épica de trailer de película de acción, terminando en mi propia persona casi queriendo violar a Julian ¡Al personaje de mi novela!

—Definitivamente estoy desesperada por sexo —solté tapandome la cara con las manos y me di cuenta que estaba hablandole a la nada. Bueno, eso creí hasta que escuché la risa del chico a lo lejos. ¿Lo peor? Ya me imaginaba que iba a estar ahí.

—Yo no lo quise decir, pero casi estoy seguro que decirlo iba a ser una falta de respecto a la autora de mi personalidad —dijo con tono burlón y yo lloré por dentro. Claro, por supuesto que iba a ser un insulto para mi.

Me saqué las manos de la cara y lo busqué, siguiendo el sonido de su preciosa voz. Estaba de pie en la puerta con una bata (¡Mi bata!) y tomaba café como quien no quiere la cosa. Yo me moría por quitarle la bata blanca esa y cumplir mis fantasías, para que también me dejaran en paz mis hormonas. Tal vez estaba en esa fecha del mes que me ponía intensa.

Hice un gran esfuerzo y me senté en la cama, observando al chico que parecía un modelo de revista. ¿Cómo nadie lo había buscado la noche anterior? Solo parecía tener tiempo y ojos para mi, como manos, claro. Tenía un cuerpo envidiable, el cabello castaño claro peinado hacia atrás y una sonrisa que contagiaba con solo mirarla. No quería ni siquiera mirar su boca porque ya iba a terminar de vuelta en ese caos de calor y deseo que me condenaba. ¿Condenaba? Mataba.

—¿Recuerdas lo que pasó ayer? —quiso saber mientras iba hacia la cocina y volvía con otra taza de café. Agradecí que supiera tanto de mi para saber que necesitaba un café fuerte y negro como mi alma.

—Solo me acuerdo frustración —bromeé mientras le daba un sorbo al café hirviendo y lo dejaba pasar por mi garganta sin avisarle que iba a quemarse. Casi lo mismo que me había sucedido a mí la noche anterior. Vi como se apoyaba en el marco de la puerta y suspiré, sabía que buscaba explicaciones—. Sí, me acuerdo. ¿Podés creer que ya no pasen Despacito? Me condenaron en Nueva York con esa canción para venir a Argentina, el país de la joda y que no la pasaran. Estoy enojada.

Dicha esa tontería, me puse de pie lentamente con la taza y me miré al espejo de pie que tenía en la pieza. La puta madre. ¿Que hacía con una camisa de Julian? ¿Cómo no me había dado cuenta hasta el momento. La tenía abierta y podía ver que bien me quedaba esa ropa interior a medida que había mandado a hacer en NYC. Lo demás, era un desastre por completo. Mi cara seguía llena de maquillaje, mi pelo había perdido el encanto y ahora estaba despeinado como... como si hubiese tenido sexo. No, no, no, no. No diosito santo no me hagas olvidar del polvo con mi personaje. Por favor, devolveme los recuerdos.

—¿Vos y yo... ?—comencé, dudosa, por si acaso y busqué su mirada sin saber exactamente qué quería decirle. Tenía miedo de su respuesta, tenía miedo de todo en ese momento.

Julian se mostró confuso y casi horrorizado por mis palabras, riendo cuando se dio cuenta que estaba preguntando. Sí, a veces era tan pura para hablar y luego pedía que me tocaran en pleno bar. La santa y virgen Shirley, dispuesta a sexo desenfrenado en el baño de un boliche de Lincoln. Ay, que buen chiste.

—No soy tan difícil de olvidar, Shirley.

Dicho eso, se marchó casi mostrando indignación ante mis palabras, pero al menos me dio el espacio que necesitaba. No iba a preguntar cómo había conseguido quedar de ese modo porque no recordaba mucho más que vomito y decidí dejarlo así. Terminé mi café y lo dejé en la mesada del baño, en donde estaba todo impecable, con un olor fuerte a desinfectante. Los recuerdos de Julian sosteniendo mi cabello mientras que yo vomitaba sin parar me atormentaron y al mismo tiempo llegaron recuerdos de mi adolescencia abrazando el inodoro como si mi vida dependiera de eso. Miré al mueble y levanté la ceja, casi hablándole, habíamos pasado por mucho.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora