16. Espejos.

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Capitulo recomendado para mayores de 16.


Para un escritor, no poder escribir es terrible. Nos desanima, nos quita las ganas y a veces nos hace perder el camino. A veces sentía que nací escribiendo, que apenas me dieron un papel creé historias, sin contar que ya estaban antes en mi mente. Era una creadora de mundos, de contenidos de todo tipo y cada vez que me dejaba volar, soñaba. Creaba, imaginaba, planeada, todo tipo de cosas. Cuando eres joven es más fácil, porque vives dispuesto a soñar y pasas tu tiempo deseando vivir aventura que no puedes, sean lo más simples como un amor de verano o una odisea para salvar a la princesa del castillo. Cuando somos jóvenes nos permitimos soñar, nos permitimos creer que hay más razones para vivir que simplemente trabajar y pagar un alquiler.

Cuando somos adultos, cuando la vida nos va golpeando de a poco, soñar es más difícil. Soñar implica dejar la realidad en la que vivimos y en muchos casos es complicado. Las deudas, los desamores, las responsabilidades, las tragedias, las angustias, todo es una gran ola que nos impide desconectarnos. La cabeza piensa, piensa y piensa y nos impide soñar.

Yo había pasado mucho tiempo de mi vida soñando hasta que la realidad me golpeó y decepcionó, como todo. Cuando menos lo esperaba, estaba pensando en las cosas que tenía que pagar, como ser suficiente para la gente o mi novio y me atormentaba lo que la gente pensaba de mi. Mi escritura empeoró, porque en lo único que pensaba era en el que dirán. ¿Les gustará este personaje? ¿Estarán contentos con este cambio de trama? ¿Les enamorará la historia? Las preguntas me invadieron y me impidieron seguir escribiendo, porque quería algo que no sabía identificar.

Con el tiempo me di cuenta que era la aceptación de la gente.

Por años y años quise ser aceptada. Era la nenita gorda que soñaba en el escritorio, cuando todas sus amigas estaban en los boliches bailando y tomando. Besaban chicos en los pasillos y yo soñaba con personajes que no existían. Era diferente, sí, como muchos y quería ser aceptada por como era. La escritora, la chica que le costaba delgazar, la risueña, la soñadora. Nunca lo hicieron y solamente lo lograron cuando me vieron triunfar.

En ese momento estaba en el peor momento de mi vida. Desempleada, sin una editorial o un contrato, sin mi personaje imaginario que me daba vida. Ya no era la chica que todos aplaudían al pasar, era Shirley de vuelta. Era la chica de Lincoln que no tenía mucho futuro, le iba mal en las evaluaciones y comía un poco más de lo habitual.

Pero era yo. Era la misma chica de antes y eso era lo que importaba. Era la Shirley que escribía, que buscaba su lugar en el mundo, que tenía voz y quería decirlo a través de las palabras. Quería que cualquier otra chica como yo, cualquier otra Shirley en el mundo me escuchara. No, no estás sola. No, no estás desempleada. Solamente estás buscando otro camino.

Levanté la mirada cuando terminé de escribir sobre todo eso que sentía y, en el marco de la puerta de mi habitación, estaba Julian.



Julian.

Estaba ahí, presente como siempre. Estaba ahí, vivo y para mí.

Me emocioné con solo verlo, olvidándome de todo lo que tenía en mi mente y si bien sabía que eso estaba mal no me importaba. Había entendido, finalmente había entendido todo lo que me faltaba saber. Lo observaba como si entendiera y en sus ojos había aceptación, había algo que no pude entender en ese momento. Supuse que era orgulloso o algo así al verme escribiendo.

—No voy a decirte en donde estaba... —aventuró a decir con lentitud al ver la mirada acusadora que le estaba dando y suspiré, porque comprendí que había cosas que yo no entendía. Había cosas que nunca iba a comprender de ese chico y aun así no me importó en aquel momento.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora