10. Falsas esperanzas

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Lo primero que quise hacer fue gritar, pero me di cuenta que no tenía sentido y que lo mejor que podía hacer era solucionar el momento. Julian estaba en mi espalda, presente frente a mi compañera de colegio que no entendía nada. Obvio, la entendía. Era lo más extraño del mundo tener a un tipo idéntico a tu ex cuando era joven y no sabía cómo explicarle algo que no fuera ESTOY LOCA. Ni yo entendía que hacía ese chico en mi casa o en mi vida, pero tenía que dar una explicación.

—No es tu ex —dije lentamente, mientras le hacía una seña para que pasara y me pregunté qué iba a hacer. Mi madre me había enseñado que decir la verdad era lo mejor que podía hacer, espero en ese momento la verdad era algo que no encontraba explicación. La verdad no iba a salvarme, me iba a llevar al psicólogo o, peor aún, unos tipos vendrían vestidos de blanco y no me llevarían a tomar helado.

—Por supuesto que no lo es... pero... no lo puedo creer —decía sorprendida mientras lo observaba. Julian estaba incómodo, demostrando que quería morirse ahí mismo mientras que Maria José lo analizaba—. ¿Es real?

Solté una carcajada muy alta y la chica me observó fulminandome con la mirada, haciendo que yo me quedara muda. Ya no sabía si era real, pero se comportaba como tal. Parecía real, ¿lo era? No lo sabía y parte de mi había dejado de pensar en eso. Ella lo veía a fin de cuentas. Me hizo acordar a una frase de mi escritora favorita, uno de sus personajes decía "está en tu cabeza, ¿por que no sería real?". Julian estaba en mi vida, en cada momento que lo necesitaba y para mi era real.

Era como si él escuchara mis pensamientos, porque tenía sus ojos clavados en los míos y yo sonreí de lado, queriendo decirle lo que acababa de admitir en mi cabeza.

—Sí, por supuesto que es real, Jose, no estamos locas —repliqué y ella me miró unos segundos entrecerrando los ojos con dudas, aún así siguió mirando al chico como si fuera una cosa—. No lo mires como una cosa. Tiene un nombre, una personalidad y es real...

—Por favor, no me digas que te llamás Julián —rogó la chica y yo me reí nuevamente, aunque me di cuenta que estaba siendo una tarada. ¿Que iba a hacer? ¿Qué iba a hacer? Estaba atrapada y no había explicación lógica para todo. Tal vez lo mejor era explicar la locura y cuando Julian abrió la boca para decir que en realidad tenía el mismo nombre pero en inglés, decidí decir lo peor.

—Es el actor de mi novela, viene de Estados Unidos y va a hacer del papel principal —mentí y Julian se rio, divertido sin poder lo que me había inventado.

La chica nos miró por unos largos momentos, entrecerrando los ojos nuevamente y, por supuesto, aceptó lo que decía. No sabía cómo me había creado esa historia tan buena en poco tiempo y sonreí contenta con mi victoria. Merecía un premio Nobel luego de semejante historia. Aplausos a Shirley, por favor.

—¿Y que escribirás? ¿Sobre mi ex marido?

—No, en realidad... vine a Lincoln porque me dieron la oportunidad de escribir una novela de mi infancia y además hacerla película. Estamos buscando actores... y bueno, él encajó perfecto en el papel. Costó mucho, pero bueno... acá está.

Julian sonrió y le guiñó un ojo a la chica, para hacerme molestar y ella solo pudo evitar devolverle la sonrisa. Debía de ser raro para ella también, porque seguía siendo la versión joven de su ex. Así lucía cuando lo conoció y seguramente le causaba el mismo efecto que a mi. El problema es que ese no era el Julián que nosotras conocíamos, yo le había dado otra identidad, otra personalidad y era mucho mejor persona que el original. En mi adolescencia me había enamorado de una ilusión de un chico que jamás existió y solía hacer eso con frecuencia. El problema era cuando conocía la verdad me desilusionaba de un modo que me costaba ponerme de pie nuevamente y vivía en un mundo de fantasía donde todo tenía mejores colores que la realidad.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Where stories live. Discover now