13. Fantasmas en la casa.

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 Seguimos a Gisella hasta los probadores y encontramos a la novia en el suelo, totalmente vestida con aquel vestido blanco que cualquiera podría matar por meterse adentro

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 Seguimos a Gisella hasta los probadores y encontramos a la novia en el suelo, totalmente vestida con aquel vestido blanco que cualquiera podría matar por meterse adentro. Obviamente el suelo era una alfombra rosa perfecta en la que uno podía dormir, pero para Yanina seguramente era terrible estar de ese modo. Miré a las chicas sin entender qué era lo que estaba sucediendo y María José, siempre la madre de todas esas tres, la ayudó a ponerse de pie y a salir de ese pequeño lugar en donde estaba escondida. Caminamos con ella hasta un sillón enorme en donde habíamos estado sentadas y apareció la modista, buscando explicaciones. Las tres la fulminamos con la mirada y desapareció para dejarnos tranquilamente con Yani.

—¿Qué pasó, Yani? —quise saber, preocupada como las demás, aunque siendo la primera en hablar.

La chica comenzó a llorar desolada y me hizo entender que lo llevaba haciendo desde que estuvo sola. Gise le acariciaba el cabello con cariño, tratando de calmarla aunque todos sabíamos que lo mejor que podía hacer era descargarse. Lloró por unos largos minutos en los que nosotras nos hicimos miles de preguntas, pero aun así no soltamos una palabra. Estábamos ahí para ella, para cualquier cosa que le sucediera. Me sorprendía mi misma sintiendo esa conexión con Yanina, cuando hacía unos días ni siquiera le hablaba, pero vi una persona indefensa y no pude evitar quererla.

—No quiero casarme, no así —sollozó de la nada y todas nos quedamos sorprendidas. Finalmente hablaba, pero no sé si era lo que queríamos escuchar. Era Yanina desgarrándose, confesandonos algo que no sabíamos, algo que no entendíamos—. No puedo... no puedo casarme cuando no dejo de pensar en Mauro.

La observé pensando que extraño era todo, que difícil era el mundo cuando teníamos un pasado que nos acosaba. Teníamos materias sin rendir, pendientes por las que no podíamos avanzar y yo sentí que Yanina tenía que cerrar vínculos para abrir otros. Lo decía de ese modo porque había aprendido o, mejor dicho, Julian me había enseñado. Me había demostrado que la manera de borrar recuerdos malos eran creando nuevos y tuve la necesidad de decirle todo aquello. Era yo, la escritora joven, que estaba arruinando cualquier idea de historia romántica.

—Tenés que hablar con Mauro, Yani. Tenés que cerrar todos los capítulos que dejaste abiertos —le expliqué con tranquilidad, de rodillas en el suelo porque así podía verla mejor—. Cuando veas que el pasado es solo eso, pasado... podés volver. Sino no puedes empezar una novela cuando tenés otra abierta y en la que no dejas de pensar.

—La vida no es una novela, Shirley —me respondió María José de la nada, como si hubiese tocado algún tema en especial que a ella no le gustaba—. Yanina tiene un compromiso con su novio. Se comprometió con él y tiene que casarse. No puede simplemente irse y dejarlo todo. Eso es lo que hacen las cobardes.

Wow, golpe bajo. Me quedé mirándola sorprendida, porque entendí que hablaba de muchas personas y en ningún momento de su amiga. ¿Que quería? ¿Quería que le diera la razón? Estaba muy equivocada, no iba a hacer eso. Miré a Yanina, que nos observaba sin saber que hacer y luego a Gisella, que casi me rogaba con la mirada que no iniciara la guerra que llevaba tiempo postergando. Con Jose era siempre así. A veces mal, a veces bien. Siempre preparada para la guerra, nunca dispuesta a bajar el hacha.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Where stories live. Discover now