5 [La irresponsable]

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Me despierto sobresaltada. El pitido de la alarma se cala hasta en mis huesos y resuena dentro de mi cerebro, palpitando en las paredes de mi cráneo. La luz que entra por las cortinas blancas de la habitación me obliga a cerrar los ojos con fuerza a causa de la claridad: Dios, me duele la cabeza. 

No, en realidad, me duele todo.

Parpadeo unas cuantas veces más y me tapo el rostro con mis manos frías. Trato de acostumbrarme a la luz que entra por las ventanas, pero me es muy difícil. Suelto un bostezo pesado, mis ojos lloran por el sueño. Quiero seguir durmiendo, lo necesito; pero no puedo hacerlo. El pitido sigue sonando con insistencia y sé qué si no lo pauso, me romperá la poca cordura que me queda.

Meto mi mano debajo de la almohada y, para mí desconcierto, mi celular no está ahí. Un poco más despierta, pero entre bostezos, me arrimo al borde de la cama para buscarlo en el suelo. Tampoco está ahí, lo único que encuentro es el libro —bastante malo— de romance erótico que empecé a leer hace unos días. 

«¿Anoche leí?», me pregunto, «Pero ¿hasta dónde?».

Frunzo el ceño; debo buscar lecturas mejores, no soy capaz de recordar qué fue lo último que leí de esa trama o, peor aún, cuándo es que toqué el libro.

Me siento en la cama y comienzo a palpar en busca del aparato. Tal vez terminó metido entre las sábanas o las mantas, no obstante, no hay nada. 

—¿Dónde está? —me quejo mientras me estiro todo lo que puedo.

Fastidiada, me obligo a incorporarme. Mi cuerpo se siente como si cargara con una resaca tremenda y eso me pone de mal humor. Miro a mí alrededor en busca del sonido y... ahí está. Lo veo enchufado sobre la cajonera que está frente a los pies de la cama. Frunzo mi entrecejo, odio dejarlo enchufado y que la batería se sature cargándose demás. Anoche debí de quedarme dormida muy rápido para no haberlo quitado antes.

—Tsk... —Chasqueo la lengua contra el paladar y me levanto de un brinco para acallarlo. Sin embargo, me arrepiento al instante en que mis piernas se recienten y crujen. Tengo los músculos adoloridos y me cuesta moverme.

«Auch, eso sí que dolió», pienso. La albañilería definitivamente no es para mí, ¡estoy cansada! Con un bostezo enorme y a medio contener, camino hacia mi teléfono y apago la alarma mientras lo desenchufo. 

«Son las 7:30, bien».

Son las 7:30.

¡Son las 7:30!

«¡Mierda!».

Me quedé dormida y sonó la alarma de «emergencia» una hora después.

—Soy una idiota, una idiota —chillo de la frustración.

Maldición, ya no llego a hacer mi rutina de todas las mañanas. No podré desayunar con tranquilidad, prepararme con tiempo ni salir a correr mis veinte minutos diarios. Con una frustración arrasadora, salgo del cuarto y me dirijo al baño. Abro el grifo del lavabo para la lavarme la cara con agua fría, resignada a que no saldrá tibia, y...

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