22 [La que ríe]

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Miro el vaso que tengo en mis manos

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Miro el vaso que tengo en mis manos. Mis dedos tiemblan al sostener el cristal. No sé si estoy lista para escuchar lo que me dirá; no sé si estoy lista para conocer la verdad, su verdad. ¿Y si me miente? 

En mi cabeza no puedo dejar de pensar en lo que me ha dicho de la música. ¿Cómo sabe cuándo es que sonará? La primera vez que la oí, fue hace dos semanas, la noche en que llegué.

Respiro de forma apresurada mientras siento que los nervios juegan conmigo sin detenerse, aunque lo suplique.

Tomamos aire al unísono y él es el que rompe el maldito silencio que nos consume con una lentitud desquiciante:

—Hace diez años... —empieza— todo comenzó. No hubo razón, no hubo previo aviso, no hubo nada. Las explicaciones llegaron, pero nunca fueron suficientes. —Toma aire, se pasa las manos por el cabello y trata de proseguir; está visiblemente nervioso—. Cuando la música sonó, comenzamos a correr, desesperados, hacia el bosque. Era malditamente desquiciante, no podía dejar de escucharla. Pensé que me había vuelto loco, que todo era un error.

»Sin embargo, no lo fue. —Suspira—. Nos internamos tanto, hasta que me quedé solo. Había visto a mis amigos, pero los perdí de vista. Éramos cerca de veinte o treinta y los conocía a todos. Cuando llegamos a unas partes rocosas...

—¿Las cuevas? —acoto, pensando en el sitio al que fui a acampar un par de veces.

—Más lejos. Mucho más lejos. Corrí por horas, Rain. La maldita canción solo sonaba y sonaba, era un crescendo agónico; un preludio de lo que pasaría. Y...

Su cara luce maltratada, siento que ha envejecido unos cuántos años en los últimos minutos. Lo veo abatido, desencajado. Sus ojos me buscan, lo sé. Pero no les doy el privilegio de encontrarme. Comienza a mover una de sus piernas como un tic desquiciante en un vago intento de calmarse.

—Continúa —pido con parquitud, sin levantar la vista que la tengo clavada en la mugre de mis uñas.

—Lo recuerdo como si fuera hoy, ¿sabes? Esa noche me cambió por completo y, podría decirse que no tuve opción. —Inspira aire y hace silencio por unos instantes que me resultan realmente eternos—. Él nos citó en lo profundo del bosque, Él nos buscó, Él nos castigó por algo que fue su propia culpa. Él...

—¿Quién es ese «él»? —pregunto mientras siento que un leve cosquilleo se instala en mi nuca. No es mi intención interrumpirlo, pero su forma de hablar me altera la poca paciencia que me queda.

Kris me mira y detecto terror en sus pupilas. Pienso que no me responderá y, sin embargo, lo que me dice me termina por desconcertar aún más.

—No podemos pronunciar su nombre.

—¿Disculpa? —inquiero, ofuscada—. ¿Acaso piensas llegar a algún lado con todo esto? Porque siento que estás dilatando todo para no decirme una mierda —sin darme cuenta, termino por  gritarle y veo en sus ojos que le duele que lo haga.

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