𝖎𝖎.

18 10 4
                                    


ii. a veces me da por pensar que yo también morí en este mismo lugar, o quizá que tú me encontraste, justo a tiempo, casi a punto de llorar

La casa se pone cada otoño, como el sol. Lo más extraño de ella es que no parece abandonada. No a primera vista. Dicen que si pasas frente a la ventana no verás los contornos de tu rostro ni tus ojos reflejados. La pintura de las paredes está perfecta, el timbre funciona, nada llama la atención. Las persianas están bajadas y el buzón lleno. La gente sabe lo que ha pasado dentro y evita caminar por delante del edificio, sin saber que la oscuridad nunca se queda en el interior de una casa. Las cañerías la reparten por el vecindario, las goteras se contagian, y los chirridos, esos horribles chirridos...

La puerta chirría al abrirla, como siempre ha hecho. Es una casa antigua, sus paredes han absorbido lo que oyeron durante años y lo transmitieron a la descendencia, de abuelos a padres a hijos, como una enfermedad. Lo sabías, pero nunca lo quisiste ver. Cuando llegaste a mi habitación, tantos meses atrás, te olvidaste de comprobar qué había en el baño. Creo que una parte de mí murió allí. Pero también de ti. Había demasiados espejos y los ojos me seguían por todos ellos.

La niña me preguntó por qué cerraba con pestillo.

Seguro que te has estado preguntando si llegaste a tiempo de algo, pero no. El corazón de nuestra hija seguía latiendo cuando pasaste por la puerta del baño sin mirar. Cuando me encontraste, las manos tan mojadas como los ojos, no. Te dije que por fin había cumplido el sueño de mi madre. Desde la bañera, un borboteo. Mi padre la mató antes de que ella pudiera matarme a mí. Las paredes me susurraban con la voz de mi madre, empalada entre ellas. Te vi correr hacia el baño. No tenías que fingir, cariño.

Sé que siempre me elegiste a mí antes que a ella.

Entre dioses y fauces ⇝Where stories live. Discover now