𝖛𝖎𝖎.

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vii. sí, me acuerdo bien; tenía trece años y me había emborrachado por primera vez, y acababa de perder mi único par de zapatos buenos, y la presencia repentina del cielo estrellado me hizo temblar con horror

Todo el mundo cree que los padres son omnipresentes en los pueblos pequeños, pero no es así. Basta con encontrar una zona con la suficiente mala fama para que nadie acuda a vigilar o a buscarte, traer a tus amigos y que todos hagan una promesa para no contar nada de lo que pase a ningún adulto. Así se ha hecho siempre y siempre se hará. Eso dicen las películas, y eso dice el cielo. Que puedes hacer cualquier cosa mientras te escondas bien. En ese lugar limítrofe solo habitaban el silencio, la humedad y nuestras risas.

—Álvaro, ¿qué coño haces?

—Arriba —señalé, mirando al manto estrellado, a las luces que daban vueltas y que éramos nosotros en otros mundos. Empezaba a tener náuseas por primera vez y tiré el botellín de cerveza al suelo, junto a la carretera—. Has dicho que aquí no nos vería nadie. ¿Y ellas?

—¿Los aliens?

—Las estrellas.

—A las estrellas no les importas.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Porque el sol te calienta de día, y la luna te ilumina de noche, pero las estrellas solo están ahí como si nada. Miras arriba y todo es muy grande y te sientes solo, y ellas nunca te consuelan.

—Llevan ahí desde el principio y han visto muchas cosas —dije, conectando los puntos de las constelaciones—. A lo mejor tenemos que consolarlas a ellas.

Entre dioses y fauces ⇝Where stories live. Discover now