Capítulo 7: Una moto verde

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No se me olvidaba la sonrisa final que me había echado el señor Barrington mientras el equipo médico me sacaba de su despacho. Una mezcla de autosuficiencia y poder. En su mano quedaba poder resetear y reprogramar a quien quisiera. Por primera vez, me puse del lado de los robots. No era justo que les diesen una historia de vida, un propósito y una personalidad, para luego poder arrebatarles todo en un instante.

Regresé a casa, me di una buena ducha y me preparé un plato de pasta. Comí frente a la televisión con Mauro ronroneando a mis pies. Se podría considerar que estaba haciendo una merienda-cena. Mi móvil parecía una centralita de mensajes.

Alma: ¿Cómo ha ido? Supongo que bien porque Octavio ha bajado a la sala y le he visto corriendo en la cinta. Venga, Lucía, contesta. No me vuelvas a hacer el vacío. Lucía. ¡Lucía!

Papá: Hija, ¿qué tal el día? ¿Vendrás mañana a la tienda?

Mamá: Ya me ha dicho Alma que has visto a Octavio y me alegro. Espero que las cosas vayan mejor entre los dos. ¿Van mejor? Cuéntame algo, que soy tu madre. Además, tenemos que hablar de las Navidades. Me gustaría que fuesen como todos los años y celebrarlas todos juntos.

Esteban: Lucía, no sé qué ha sido lo de esta mañana, pero deberíamos hablarlo.

Suspiré y no contesté a nadie. Miré el reloj y me levanté de un salto. Clase de spinning. Eso podía hacerlo. Me puse unas mayas morado oscuro y una camiseta de tirantes blanca. Me recogí el pelo en una coleta alta y me di el visto bueno. Si aparecía Gael, quería estar presentable. Sobre todo después de la humillante conversación que habíamos mantenido por teléfono. Un claro «Tierra, trágame» en el que él había rechazado mis avances desesperados.

Por un momento me había venido arriba al conocer no a uno sino a dos candidatos humanos. Esteban y Gael. Cada uno era especial a su manera. Esteban me atraía de una forma que no me esperaba, era tosco e inteligente. Gael tenía una picardía y un carisma desbordante. Pensé que iba a ser la reina de la fiesta y que iba a demostrar a Octavio y a mi familia que podía tener una pareja normal. Resulta que, años después, seguía teniendo los mismos problemas para relacionarme.

Recordé el mensaje de mi madre haciendo alusión a las Navidades. Quedaban pocos días para las celebraciones y no podía ser en peor momento. Mis padres querrían invitar a Octavio, y yo, no. Tampoco quería que la empresa Robo-People se lo llevase secuestrado en mitad de la noche y lo reprogramasen. Cuanto más pensaba en la empresa, más perversos me parecían.

Con ese jaleo mental entré al gimnasio. Saludé en recepción y guardé mi mochila en la taquilla. Fui a la sala donde se impartía la clase. La ansiedad recorrió mi cuerpo. Me debatía entre un «que no esté, que no esté», para no tener que enfrentarme a Gael, y un «que si esté, que si esté», porque su clase me había encantado y en el fondo quería volver a verle. Supe que había ganado la segunda parte porque, cuando entré y vi a Paola, me sentí decepcionada. También me dije que sería lo mejor. Había que simplificar la ecuación y dejar de ir de «Don Juana» por la vida.

Paola se veía tan enérgica como siempre. Me subí a una bicicleta en la tercera fila y me preparé para darlo todo. Puso la música y empezó la clase. Pedaleé, sudé y tuve ese sufrimiento placentero que da hacer deporte intenso. Cuando finalizó la clase no nos animó como Gael, sino que se despidió hasta el próximo día.

—¿Lucía? ¿Puedo hablar contigo un momento?

—Sí. —Me acerqué hasta ella, que recogía el material.

—Quería darte las gracias por ayudar a mi hermano con la cámara.

—¡Ah! No fue nada, es mi trabajo.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora