Capítulo 16: Casa Paca

326 33 16
                                    

Estuve varios días seguidos sin salir de casa. En la televisión se preguntaban si no habría una puerta trasera por la que entrase y saliese. Tranquilicé a mis padres por teléfono, que entendieron que no fuese a trabajar. Algunos curiosos se pasaron por la tienda de fotografía y les echaron con amabilidad y firmeza. Mi madre me dijo que incluso a un par les vendió algo. Por alguna razón esto me hizo mucha gracia. Mi vida privada se iba al traste, pero el negocio estaba boyante.

Hablé con Irina por teléfono. Dedicó varios minutos a insultar a los que me acosaban y después me dio varios consejos. Se resumían en: «sal y haz tu vida, pero si puedes darles esquinazo, mejor que mejor. También les puedes sacar el dedo de vez en cuando. Les molesta bastante». Tendría que haberle hecho caso. En vez de eso se me ocurrió una idea un tanto descabellada, pero que pensé podría funcionar.

Busqué un tutorial de maquillaje para hacerme arrugas y parecer más vieja. Incluso me pinté verrugas oscuras. De mi armario saqué un vestido floral ancho que solía llevar a la playa. Me até un par de cojines al cuerpo y me puse el vestido por encima. Un gorro de la nieve, bufanda y gafas de sol. Me miré en el espejo y sonreí. Estaba horrible e irreconocible. Cogí mi bolso, metí el desmaquillante y un vestido normal para cambiarme en cualquier baño.

Estaba lista para salir e ir al piso de Esteban. Necesitaba hablar con él y explicarme. Desde que nos habían lanzado a la fama sin nosotros quererlo, no hacía más que pensar en él. Cuando nos conocimos y catapultó al baboso por los aires. Cuando comimos croquetas y charlamos durante horas. Cuando me dio ese beso breve estando achispado en Navidad, como si fuese su novia de toda la vida. Nochevieja y la habitación del hotel. Tenía que hablar con él.

Llegué al portal y salí encorvada. Los fotógrafos se me echaron encima.

—Señora, ¿conoce a Lucía Villaverde?

Negué con la cabeza.

—Mire, aquí tiene su foto, ¿no es vecina suya?

—¿Qué nos podría contar de ella?

—¡Esperad! ¡Es ella! Mirad el bolso, es el mismo que llevaba en las imágenes de la pista de patinaje.

Número uno: ¿Habían conseguido fotos de cuando patiné con Gael? Número dos: «¡Corre, Lucía, corre!». Me hice caso a mí misma y eché a correr. Los fotógrafos no se lo esperaban y salieron detrás de mí algo más tarde. Me metí en la boca de metro como si fuese mi salvación y salté los tornos.

—¡Tengo el abono mensual! —grité por si alguien me oía, no quería acabar detenida.

Fui al andén que me llevaría a la parada de Jardines. Faltaban dos minutos para que llegase el tren. Busqué algún sitio donde esconderme, incluso pensé en meterme en las vías del tren, así de desesperada estaba. Escuché tumulto y pasos acelerados. En esa estación había seis andenes. Todavía podía tener suerte. Vi a un fotógrafo en el andén de enfrente.

—¡Ahí está! —gritó y me fotografió.

Aquí si hice caso a Irina y le saqué el dedo. Y la lengua, ya que estaba. Una mole de hierro se puso entre los dos. El metro. Mi salvación. Entré y deseé que las puertas se cerrasen de inmediato.

—¡Parad el tren! —gritó uno con dramatismo.

Los pasos se acercaban. Un suave pitido avisó de que las puertas se cerrarían. Y lo hicieron. Sonreí aliviada y me senté para recuperar el aliento. Pronto llegué a Jardines. Me coloqué los cojines y subí por las escaleras mecánicas. Para llegar al piso de Estaban tenía que pasar por delante de Casa Paca. Menos mal que me dio por girar la cabeza y echar un vistazo al interior. Esteban y sus hermanos estaban comiendo en una de las mesas.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora