Capítulo 3: Afrodita

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Estuve tres días seguidos sin salir de casa, con el teléfono en silencio para poder ignorar las llamadas de mis padres y mi hermana. Octavio ni lo intentó, lo que no sé si me dio más pena que rabia. Odiaba sentir algo por él todavía.

—¡Es una máquina! —le argumenté a Mauro, que me miró con curiosidad.

Estaba viendo «Historias de la vida cotidiana». En esta ocasión intentaban encontrar al amor de la infancia de una chica. Se conocieron con trece años en un complejo vacacional. Se dieron de la mano e intercambiaron unos besos bajo el tobogán azul. Esos fueron los datos que la chica dio. Al poco entró el chico. Se reencontraron y yo lloré como una idiota. Sabía que todo estaba preparado, pero daba igual. Me dije que yo también quería eso. Un amor de verdad. Alguien que me quisiese incluso aunque pasasen los años. Que mi recuerdo quedase tan fuertemente grabado en su mente que siempre me quisiese buscar.

Mauro me sobresaltó saltando a mi regazo y me maulló fuerte en la cara. No recordaba la última vez que le había puesto de comer.

—Ya voy, ya voy —le dije.

Le puse comida en su cuenco y lo observé. Pelaje lustroso, siestas por doquier y caricias a montones. Mauro era feliz. Suspiré y encontré la energía para apagar la televisión. El amor de verdad no iba a llamar a mi puerta, tendría que salir yo a buscarlo. Sonreí y me fui a la ducha llena de propósito. Me depilé y me lavé bien el pelo. Le eché espuma para a ver si conseguía unas ondulaciones como las de mi hermana. Un pinchazo de dolor me atravesó el cuerpo. La traición de Alma pesaba en mí con fuerza. ¿Tan incapaz me había visto de conseguir el amor por mí misma que me encasquetó un robot? Se iba a enterar. Les iba a demostrar a ella y a todos que sí era capaz de encontrar un hombre. Uno de carne y hueso, nunca mejor dicho.

Me puse una blusa granate y unos pantalones negros de cintura alta que a mí me parecía que me estilizaban el culo.

—Vas a ver lo mucho que voy a ligar —le dije a Mauro que me observaba desde una esquina—. Se van a enterar.

Me puse un poco de colonia y me di el visto bueno. Ahora solo me faltaba averiguar a dónde iba la gente de hoy en día a ligar. Saqué el móvil. Borré las más de treinta notificaciones y busqué sitios de baile. Encontré uno que estaba a solo dos paradas de metro de mi casa. Salí a la calle y anduve con ímpetu. Me iba a comer el mundo. Empecé comiéndome a la señora que se me cruzó enfrente.

—¡Ay, perdone! —le dije azorada.

—Muchacha, mira por donde vas, que si me caigo al suelo me rompo la cadera.

—Perdone, perdone —le repetí sin saber qué más hacer.

Esto no minó mi ánimo. Recompuse una sonrisa y viajé en el metro. Pronto estaba frente al local Afrodita, como así señalaba un cartel luminoso azul con la imagen de la diosa. Había una pequeña cola para entrar. Me sentí nerviosa y miré hacia los lados. Aún estaba a tiempo de huir.

—¿Esperas a alguien? —me preguntó un pelirrojo.

—¿Eres un robot? —le pregunté antes de poder controlarlo.

—Pirada —dijo y se fue en busca de otro objetivo.

Me puse a la cola detrás de un grupo de tres chicas. Me parecieron las mejores amigas del universo. Charlaban entre ellas y se reían. Quizás lo que debía buscar era una amistad de verdad. Pero ¿cómo se hacían amigas en una discoteca? Practiqué varias maneras de presentarme, desde inventarme que «mi amiga» había tenido un percance y pedirles si me podía unir a ellas; a decirles la verdad, que estaba más sola que la una y que tenían tan buen rollo que quería conversar con ellas.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora