Capítulo 10: La boda de los influencers

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Haber visto a Octavio en la comida de Navidad hizo que recuperásemos el contacto por mensaje. Escribíamos sobre temas seguros: «Hoy en la tienda mucho lío», decía yo. «Yo he salido a correr a la mañana», respondía él. Todavía no sabía cómo sentirme con respecto a Octavio. Por suerte no tuve demasiado tiempo de seguir pensando en eso.

—Estoy espectacular, a que sí —le dije a Mauro, que contestó con un maullido—. No te acerques a mis medias que nos conocemos.

El anaranjado cabroncete se restregó por mis piernas llenándolas de pelo.

—Bueno, mientras no me las rompas —le perdoné enseguida.

Mojé mis dedos y quité los pelos de gato de mis medias. Me puse unos zapatos bajos pero elegantes y observé mi vestido rojo. Escote importante, media manga, y suelto hasta la rodilla. Los que nos habían contratado, Jessica y Alberto, habían incluido en el contrato que tenía que ir convenientemente arreglada. Esteban estaba informado e iría de traje. Lo que me producía una excitante curiosidad, quería ver cómo le quedaba.

Me dirigí a la tienda de fotografía donde habíamos quedado, allí tenía el material y quería que mi recién nombrado ayudante cargase con él. Además, pensaba hacerle contrato para esa noche, cosa que aún no le había dicho.

Abrí la tienda y entré. Mi madre, a pesar de que no quería que trabajase esa noche, me había dejado todo el equipo preparado. Le mandé un mensaje rápido «Gracias por prepararme el material. Buena noche», y cuatro iconos de besitos.

—¿Se puede?

En el quicio de la puerta había un hombre corpulento. Solo pude distinguir su silueta por el contraste de la luz del exterior.

—¡Claro! Pasa, Esteban. Échale un vistazo a esto y fírmamelo.

Entró en la tienda y le pude ver bien. Llevaba un traje oscuro que parecía hecho a medida de lo bien que le quedaba. Una elegante corbata roja se perdía dentro de su chaqueta y unos gemelos hacían juego en sus muñecas.

—¿Tengo algo mal? —preguntó él y se miró por si acaso.

—No, que va. Al contrario. Estás perfecto, muy guapo. Guapísimo. Que también lo estás con otras ropas, quiero decir... —Esteban enarcó una ceja y yo suspiré. «Cierra la boca, so tonta», me regañé—. Que gracias por hacerme caso y llevar algo rojo para ir a juego conmigo.

—Estás preciosa —dijo ignorando todo mi descarrilamiento anterior.

Se acercó a mí y me cogió por la cintura. Recordé ese beso apasionado que intercambiamos cuando fui desesperada a su casa deseando sentir a un humano, y cómo luego él me apartó. Pero con más fuerza me vino la sensación de sus labios sobre los míos cuando en el día de Navidad me saludó con un breve beso. Como si fuese su novia de toda la vida. Lo hizo achispado, sin pensar. Y deseé que me besase de la misma manera. No lo hizo, me dio uno en cada mejilla y tomó el papel que yo había dejado en el mostrador.

—¿Qué es esto?

—Tu contrato para esta noche.

—No hace falta.

—Vas a trabajar como mi ayudante de verdad, ¿eh? No solo vas a comer gratis.

—Una pena —dijo bromeando. Leyó el papel—. ¿Me pagas y todo?

—Claro. Hoy podrías trabajar en el Afrodita, y en vez de eso lo harás conmigo. Es lo justo.

—Pero...

—Esteban, déjame hacerlo bien.

Sus ojos brillaron de una manera especial. Terminó de rellenar sus datos y firmó el contrato para la noche como Asistente de Fotografía.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora