Capítulo 12: La comida de Año Nuevo

430 37 25
                                    

Me desperté con Esteban a mi lado. Estaba tumbado boca abajo, destapado y completamente desnudo. Me deleité unos segundos con su espalda y recordé toda la noche. No tenía palabras para expresar lo que había sentido. Me levanté sigilosa y me duché. Esteban siguió durmiendo como un tronco. Llamé al servicio de habitaciones y pedí desayuno. Siguió durmiendo.

Cuando llamaron a la puerta de la habitación me puse nerviosa. Corrí al cuarto de baño y le eché una toalla por encima a Esteban. Mejor si no le enseñaba su bonito trasero a nadie más. Abrí la puerta y me encargué de meter la bandeja en nuestra habitación. La camarera esperó fuera. «¡La propina!», recordé. Rebusqué en mi monedero. Pillé a la camarera mirando al hombre que yacía en mi cama con una corta toalla. Dio un respingo y miró a un punto en el vacío. Encontré por fin algo que darle y le puse las monedas en la mano.

—Tranquila, yo también miraría.

La joven salió disparada de allí. Pensé que quizás me había cargado alguna convención social. Me encogí de hombros y cerré la puerta.

—¿Tostadas? —preguntó Esteban.

Cuando me giré ahí estaba, sentado en la cama con la toalla tapando lo justo y necesario.

—Así que esa es la clave para despertarte. El olor de la comida.

—Ah, tendría que haberte avisado. Soy muy difícil de despertar. Conviviendo con mis hermanos es mera supervivencia el poder dormir, aunque haya un bombardero.

—¿Y cómo te despiertas por las mañanas?

—Mal —admitió y se rio con naturalidad.

Desayunamos comentando la boda y lo cansado que había sido. Hablamos de nuestros planes para el día. Su padre, sus hermanos y él irían a hacer una excursión, una tradición de Año Nuevo que tenían. Me ofreció acompañarles, pero le conté mis planes: comida en casa de mi hermana con mis padres. No le dije que estaría Octavio, esta vez con mi consentimiento, básicamente porque Esteban no sabía ni que existía. Me dio la sensación de que el momento de contárselo había pasado y me sentí culpable.

—Si hoy no puede ser, ¿nos vemos mañana? —preguntó Esteban.

—Mañana tendré mucho trabajo. Tengo que preparar todas las fotos cuanto antes para estos petardos.

—Si quieres te ayudo.

—No, tranquilo, es una parte muy aburrida y casi que lo hace mejor solo una persona.

—Entiendo. —El brillo triste volvió a sus ojos.

Quise decirle que no estaba entendiendo, que no quería alejarle de mí esta vez. Pero todo pasaba por contarle la verdad de mi vida y no estaba lista para hacerlo. De hecho, sentía que no lo estaría nunca. No quería que Esteban cambiase ni un ápice cómo me miraba. Cómo me había amado esa noche. Decidí darle algo para intentar no perderle. Me levanté y quité la servilleta de su regazo para ocuparlo yo.

—Gracias por ser paciente conmigo.

Antes de que pudiese contestar le di un beso y acaricié su nuca. Recorrí su pecho con mi mano hasta llegar a su espalda y lo abracé. Escondí mi rostro en su cuello y sentí ganas de llorar. Él me estrechó entre sus brazos y me sentí reconfortada. Respiré tranquila hasta que supe que podría separarme sin delatar esas lágrimas que habían querido hacer aparición.

—¡Bueno! Que tenemos que hacer el check-out —exclamé.

Lucía, corta-rollos profesional.

Recogimos lo poco que habíamos traído y abandonamos el hotel. Nos despedimos con un beso sentido en el metro y cada uno se fue en una dirección. La ciudad me pareció más fría que nunca. Pasé por casa a ducharme, dar de comer a Mauro y ponerme algo para la comida de Año Nuevo. Decidí ir en vaqueros. No me arreglaría para ellos.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora