Capítulo 11: La habitación de cortesía

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La ceremonia fue multitudinaria y muy del estilo de Jessica y Alberto. Todo recargado y un intento de vintage. Se casaron con el móvil en la mano. Ella se hizo fotos en distintos momentos y él un streaming por YouTube, de vez en cuando incluso se dirigía a sus espectadores. La encargada de casarles sonreía como podía.

A mí el tiempo se me pasó rápido, concentrada en mi trabajo y feliz de no tener que lidiar con las exigencias de la pareja por un momento. El photocall fue cansado pero fácil, como esperaba. Esteban fue de gran ayuda, no solo por el soporte técnico sino por el emocional. Tenerle al lado me daba tranquilidad.

En la cena hicimos fotos los primeros minutos. Después llegó nuestro momento de descanso hasta que fuese el momento del corte de la tarta nupcial. Fuimos a la mesa que nos habían preparado los del hotel en el segundo comedor, más pequeño pero igual de lujoso. Lámparas doradas de arañas y sillas tapizadas con motivos florales. Nos trajeron el primer plato, algo que no entendí demasiado bien y que Esteban empezó a engullir.

Eztoy hambriento, ¿tú no? —preguntó con la boca llena.

Volví a sentir esa excitación primaria. No sé qué parte de mi cerebro era responsable de ese calentamiento absurdo, pero no me importó. Merecía mi descanso. Y si era ver a Esteban disfrutar de la comida, así fuese.

—Yo también tengo hambre, aunque sospecho de lo que nos han traído. Luego no quiero acabar en los noticiarios. «Ciento veinte personas intoxicadas en la boda de unos niños pijos».

—Ja, ja, no te preocupes. Creo que solo es ensaladilla hecha puré y luego solidificada. O algo así —añadió al ver mi cara de sospecha—. Me gusta la comida, ¿vale?

—No hay ningún problema. Señor Esteban Valiente, desarrollador de videojuegos, probador de comidas y excelente asistente de fotografía.

—¿Excelente has dicho?

Me puse roja al instante. «Bravo, gracias cuerpo», me recriminé.

—Hace calor, ¿no? —dije intentando justificarme.

Él me miró serio por un momento. El brillo «del bueno» apareció en sus ojos.

—Sí que lo hace.

Un camarero nos retiró el plato y seguimos la comida embadurnados en esa tensión sexual, porque no podía llamarla de otra manera. No bebimos alcohol porque estábamos trabajando, tampoco nos hacía falta. Cuando me avisaron de que sacarían la tarta nupcial me dieron ganas de pedirles que no lo hicieran, inventarme alguna excusa para retrasar el momento de volver al trabajo, y alargar los instantes con Esteban.

Volvimos al trabajo. Tarta, risas y fotografías. La gente empezaba a estar borracha y nos empezaron a dar la plasta. Grupitos que querían fotografías posando de ciertas maneras. Los Ángeles de Charlie. «Oh, qué novedad», pensé con ironía. Me di cuenta de que estaba cansada y un poquito harta de la fiesta.

Pusieron la música y tocó abrir el baile. Jessica y Alberto se dirigieron a la pista. La pesadilla de un fotógrafo: luces estroboscópicas, mala iluminación y movimiento. Ella puso sus manos en los hombros de él y se miraron a los ojos. Él guardó el teléfono en su esmoquin blanco y la cogió de la cintura. Se sonrieron y miraron de verdad. Ahí vi el amor que veía en otras bodas. Hice fotografías emocionada, configurando la cámara para obtener la mejor imagen posible. Era el momento más bello entre ambos y tenía que quedar constancia de ello. Era mi responsabilidad.

Se fueron moviendo con la música y poco a poco las demás parejas se unieron.

—¿Bailamos? —me preguntó Esteban. Su respiración en mi oído me hizo estremecer.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora