Capítulo 23

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                                   Madisson

Habían pasado cuatro días desde que pillé la gripe, y durante ese tiempo Derek no se apartó de mí, a pesar de que yo le repetía una y otra vez que tenía que ir a la universidad.

Me pasaba las mañanas en mi habitación, leyendo o viendo alguna película en mi portátil, y siempre, con Derek a mi lado.

Las tardes eran más entretenidas, Owen y Karla venían a casa. Karla me daba toda la materia que habían dado durante el día, era una suerte que compartiese todas las asignaturas con una de mis mejores amigos, y Owen, le pasaba a Derek la grabación de las clases que compartían; él sí que iba a tener problemas para recuperar el ritmo tras aquellos días.

Al cabo de cuatro días, ya estaba bastante recuperada, y volví a clase. Me vestí con unos simples vaqueros oscuros y una sudadera gris que Derek me había prestado. Me sentía bastante mejor pero no tenía ganas de empezar a arreglarme.

Desayuné un simple tazón de leche con cereales de chocolate que después de pasarme cuatro días alimentándome a base de sopas y pures, mi estomago agradeció profundamente.

Mientras limpiaba el bol y la cuchara que había utilizado, oí como Derek salía de la ducha y bajaba a la cocina.

— Hola —me saludó— ¿Has desayunado? —me pregunto.

— Sí, ¿y tu?

— Sí, antes de meterme en la ducha. ¿Qué tal te encuentras?

— Bien, gracias. He tenido un efermero de categoría —le sonreí de lado— Serás un estupendo biólogo marino, te adorarán todos los peces.

— Eso espero —rió— ¿Nos vamos?

— Si, vamos.

Nos subimos al auto de Derek  y fuimos directos a mi instituto. Me solté el cinturón y me giré para despedirme de él.

— ¿Te recojo luego? —me preguntó.

— No, voy a quedarme un rato con las chicas, necesito ayuda con algunas tareas de clase.

— Está bien, entonces te veré en casa. Si no te encuentra bien o quieres algo llámame, vendré lo antes posible.

— No hará falta, estoy bien —salí del auto— Anda, vete, no te conviene perder más tardes por mi culpa. Le guiñé un ojo y cerré la puerta.

Entré en el establecimiento y fui directa a mi taquilla. Lo abrí y de pronto me cayeron encima un par de libros.

— ¡Auch! —exclamé frotando el brazo que había recibido el impacto.

— Deberías de ordenar tu taquilla —me dijo alguien.

— Ah, hola Joshua —lo saludé— Yo tengo mi taquilla limpia, pero Karla ha andado por aquí cogiendo mis libros.

— Eso tiene más lógica —rió— ¿Ya te sientes mejor?

— Sí, bastante mejor.

— ¿Y qué hay de Bell? ¿Vendrá?

— No, aún no se siente bien. A él la gripe le ha pegado mucho más fuerte que a mí.

— Es una suerte que te tenga como novia para que lo mimes —me dió un codazo amistoso.

— Sí, supongo que sí —sonreí.

A la hora del almuerzo me senté a comer con mis amigos. No paraba de mirar a Alex y a Joshua, hacían una pareja tan hermosa. Miré la silla vacía que estaba a mi lado y por primera vez en cuatro días, sentí que echaba de menos la presencia de Bell.

Darme cuenta de ello me hizo sentir muy mal. En cuatro días apenas lo eché de menos. No había necesitado sentir sus brazos abrazándome ni reírme de sus bromas. Me había bastado con la compañía de Derek; que si me había bastado.

Al acabar las clases me quedé con las chicas las cuales trataron de ayudarme con las dudas que tenía respecto a los deberes, pero resultó que ellas estaban tan confundidas como yo aunque sí habían asistido a clase.

Estuvimos durante poco más de una hora en la biblioteca, pero cuando salí tuve que eserar durante casi media hora para que viniese el autobús, así que llegué a casa como dos horas después.

Estaba por abrir la puerta del portal cuando me fijé en que había un coche rojo que no conocía aparcado frente la casa. No tenía ni idea de quién era el dueño, pero desde luego, quedaba claro que le gustaba destacar a juzgar por el color rojo chillón.

Entré en casa y me pareció escuchar ruidos proviniendo del salón. Fui y me quedé de piedra al presenciar aquella escena.

Encima del gran sofá se encontraba Derek, y encima suyo, se encontraba la Barbie humana, besándolo como si no hubiese un mañana. Derek no tenía puesto la camiseta y por su parte, el vestido de Rachel tenía la cremallera completamente bajada y los tirantes se le caían por los hombros.

No sabía por qué, porque no tenía ningún sentido, pero de pronto las lágrimas comenzaron a caer sin cesar por mis mejillas y salí corriendo de ahí antes de que me viesen.

Subí a mi habitación y cerré la puerta con seguro.

Me apoyé en la puerta y dejé caer mi cuerpo hasta el suelo.

¿Aquello había sido real?

Me abrazó las piernas con los brazos y cerré los ojos con fuerza tratando de parar las condenadas lágrimas.

Creía que no la quería. En el fondo creía que solamente lo estaba haciendo para ponerme celosa.
Pero supongo que solo lo creía porque en el fondo quería que fuese cierto.

Pero me equivocaba, la quería, no sabía hasta qué punto pero la quería de alguna manera. ¿Por qué si no estaría apunto de hacerle el amor en el salón de nuestra casa?

¡Dios!

Iban a hacer el amor en el mismo sofá donde hacía unos días habíamos visto juntos Vacaciones a
Roma. En el mismo sofá donde me quedé dormida mientras sentía como me acariciaba con cuidado la cabellera.

Enamorada de mi hermanastro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora