Capítulo 9

3.4K 833 878
                                    

Adivinen quién ganó aquella apuesta... Ninguno. Al final los encontré profundamente dormidos justo donde la noche anterior se habían quedado. Sí, esos que iban a cuidarme terminaron siendo cuidados... Claro está que lo que menos me importó fue saber qué había hecho mal en la celebración, más bien me preocupaba por qué me sentía terrible. Me dolía la cabeza, pero sobre todo el cuerpo, parecía que un tráiler me había pasado encima. Nunca me había aplastado uno pero estaba segura se sentía así. 

Dediqué mi mañana a tomar tanta agua como soportara mi estómago y a no salir del baño, porque todo acción tiene una consecuencia.

Me hubiera gustado estar el resto del día en la cama, tratando de acomodar mis huesos, pero siempre había visitas inesperadas, innecesarias también, que te hacían cambiar de planes.

Imelda había venido a curiosear los datos que le habían faltado de recolectar, fue una pena que mi humor no estuviera en sus mejores condiciones y me limitara a responder con monosílabas cualquiera de sus comentarios.

Habló, habló y habló tanto como le permitió la boca, y yo ignoré, ignoré, ignoré todo lo que no me interesaba, mucho a decir verdad.

No preguntó por mi premio, pero quedó claro no tenía ni idea de qué se trataba, y estaba bien, me gustaba tener cosas para mí, cosas que no quería que las tocaran aquellos que deseaban romperlas. La verdad es que aquella visita tenía como único propósito soltar todo el odio que sentía por el comentario de Carlos, esa sutil invitación para que se retirara, y me aconsejó alejarme de las personas que me llevarían al lado oscuro... Se vio que no me conocía. Yo ya estaba del otro lado de igual manera. Y no era culpa de Natalia o de Carlos, tenía suficiente carácter para pasarme y dominarlo yo sola. Cuando terminó su queja cambió de tema para avisarme que Juana estaba pasando por un bache económico que la tenía con los nervios de punta, agradecí tener todo los pagos al corriente para que después no se aprovechara de eso.

De lo que no estaba al corriente era de que los premios del concurso llegarían a mi casa. Envueltos en una caja contemplé el regalo de la Marina, un paquete de libros y un diploma con mi nombre. Sé que parecen pequeñeces pero el día que logré entender lo que decía aquel trozo de papel me di cuenta de que había hechos cosas que jamás imaginé. Yo era la misma mujer que titubeaba por considerarse inútil, que escondía la cabeza y que pensaba no tener nada que ofrecer. Y se sentía bien descubrir que estuve equivocada, que a veces el miedo es el límite más grande que se nos presenta y el verdadero villano de la historia.

Pegaría el reconocimiento en una pared vacía, justo en el centro. Sería mi recordatorio.

—Es muy bonito —opinó Natalia una tarde que fue a visitarme a la hora de la comida. Ella me ayudó a colgarlo con cinta, yo le dije que consiguiésemos un chicle, pero no me escuchó. Siempre gastando en cosas innecesarias.

Y eso estaba bien en cierta forma porque sabía poner orden en algunas de mis ocurrencias. Ya para esos días la relación con Natalia había mejorado un poco, quizás porque sabía que ella ponía de su parte para que las cosas avanzaran. No me malinterpreten, Natalia no era una mala persona, y eso era la razón por la que me ponía difícil con ella. Nunca había conocido una buena persona, con errores y todo, pero de buen corazón, por eso me costó tanto creer. Yo era desconfiada por naturaleza, siempre en posición de ataque y repelente al afecto, jamás fui una mujer cariñosa y esas cosas, yo era diferente a ella... Y no por eso alguna estaba mal. Natalia era una prueba, una de vida más que profesional.

—Mamá está maravillada porque usted me está enseñando a cocinar —expuso cuando nos sentamos a la mesa—, dice que ya podré irme a casa y vivir sola. Me suena a indirecta.

Margaret perdida en WattpadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora